¿Julieta o Lucía? ¡Qué importa! Ella es
ella. Una mujer única, hermosa, plena, valiente. Un ejemplo a seguir.
Todo el cielo en sus ojos, toda la pasión
en sus labios, toda la claridad en su voz.
Un aura luminosa la cubre. Ella es transparente,
por donde se la mire, y lo fue aún cuando tuvo que ocultar su identidad, aún
cuando tuvo que huir.
Hasta sus treinta y cinco años fue
Julieta, el nombre elegido por sus padres. Luego fue Lucía, tal vez por la luz
que irradiaba, a pesar de vivir en plena oscuridad.
Había amado a ese hombre durante muchos años. El mismo que
intentó matarla. El mismo que borró el nombre de Julieta de todos los seres que
la acompañaron hasta el día que cambió su vida. Todos los seres que la lloraron,
creyendo que ya no formaba parte de este mundo.
Un grupo de personas desconocidas le
regalaron una oportunidad y un nuevo nombre al que pudo adaptarse sin
inconvenientes. Su título de docente le sirvió para volver a trabajar en lo que
más le gustaba, pero con niños y adolescentes totalmente distintos a los de la
gran ciudad que la había visto nacer. Niños y adolescentes que le devolvieron
las ganas de soñar.
Cinco años pasaron. Cinco años la
cambiaron. Cinco años la embellecieron, la rejuvenecieron, la despertaron.
Y pudo volver. Y pudo creer. Y pudo
crecer. Y pudo amar.
La muerte de aquel ser despreciable le
dio paso al regreso, tan esperado.
Volvió a su lugar, sin perder contacto
con cada una de las personas que la habían acompañado allá, lejos, en una
escuela de frontera.
Libertad, paz, amor, plenitud, fe,
esperanza, en una bella mujer con una doble identidad y una única alma, pura,
sensible y generosa.