Se subió al ómnibus con una tímida sonrisa. Alejarse durante
un mes de su ciudad aliviaría un poco su intenso dolor por lo acontecido.
Un trabajo temporario la esperaba a mil kilómetros de allí.
Su gran amiga le daría un lugar en su casa y la contención que necesitaba para
seguir adelante. Nadie le podría robar la riqueza que tenía en sus amigos y en
su propio ser. Era una mujer fuerte. Saldría adelante.
Se sentó en el primer asiento del piso superior, para poder
disfrutar del paisaje y tomar fotos. Su cámara se había salvado, por llevarla
siempre consigo, en su cartera.
Su celular no dejaba de sonar un minuto. Decenas de mensajes
deseándole lo mejor, para su nueva etapa; llamados preguntándole cómo se
sentía. No estaba sola.
Tomó un libro. Lo abrió en el segundo capítulo, pero
prefirió volver a la primera página. Lo que había leído hasta allí no lo tenía
demasiado claro, por no haber estado concentrada en él en el momento de
comenzarlo. Trató de meterse en la historia, para olvidarse por un rato de la
suya.
No quería recordar que cada objeto de su casa había sido
destruido por el incendio provocado por el que alguna vez fue su gran amor.
Toda una vida de sacrificios perdida en minutos.
Tampoco quería sentirse una prófuga de la justicia, siendo
la víctima. Pero era necesario huir. Huir de todo y de todos. Y proteger su
vida, lejos de ese ser que merecía morir en un hospital psiquiátrico o en
prisión.
Sus seres queridos estaban de acuerdo con su abogado, cuando
le aconsejó que no permaneciera un minuto más en su ciudad. No fue difícil
convencerla para que realizara ese viaje. Las heridas eran profundas, pero su
mente continuaba funcionando, tal vez a menor velocidad, por el agotamiento,
pero con racionalidad.
Su teléfono celular estaba intervenido. Sus contactos lo
sabían. Lo mejor sería que Adolfo la llamara, con insultos y amenazas. Pero
hacía mucho tiempo que no lo hacía. Era inteligente y estaba bien asesorado.
Ludmila había cometido solo un gran error en su vida:
enamorarse de un asesino en potencia.
Luego de leer unas treinta páginas, comenzó a sentir sueño.
Cerró el libro, se tapó con la campera que se había quitado y se durmió. Soñó
con bellos paisajes mendocinos, que ya conocía, pero que ansiaba volver a ver.
Se despertó cuando el ómnibus se detuvo. Pararían a
desayunar. Tomó su cartera. Bajó. Fue directamente al baño. Se peinó, se lavó
los dientes y se arregló. Luego pidió un café con leche con dos alfajores de
maicena. Estaba recuperando energía.
Eran las seis de la mañana cuando la casa de Ludmila empezó
a llenarse de gente. Vecinos, amigos, familiares se reunieron allí, en secreto.
Cada uno colaboraría en lo que estuviera a su alcance, con materiales y con
trabajo.
Ángeles distribuyó las tareas. Mariana juntó el dinero.
Daniel salió con su camioneta a comprar los primeros elementos. A media mañana
todos estaban limpiando el lugar y preparando las paredes para pintarlas. Los
peritos habían concluido su trabajo antes de la partida de su dueña. Ya podían
recuperar el lugar para ser habitado.
Habían hecho un pacto de silencio. Ludmila se merecía
recibir esa sorpresa a su regreso. No debía sospechar absolutamente nada.
Pocos días después la casa tenía muebles y los elementos
básicos. La mayoría provenía de algún integrante del grupo. Artículos de bazar,
ropa de cama, prendas de vestir. El fin de semana hicieron una especie de peña,
en el club del barrio, para recaudar fondos y vendieron rifas, gracias
donaciones de comerciantes de la zona. Con lo obtenido adquirieron
electrodomésticos. Ludmila tenía lo necesario para volver a empezar.
Ludmila disfrutó al máximo del viaje. Llegó a destino con la
memoria de su cámara casi completa y con su libro terminado.
Su amiga la estaba esperando en la terminal de ómnibus.
Luego de un enorme abrazo, entre lágrimas, se dirigieron a la casa de Valeria.
Conversaron durante horas, sin parar. Hacía tres años que no
se veían y si bien su comunicación era constante, necesitaban charlas con un
café o una cena de por medio.
Al día siguiente Ludmila comenzó a trabajar. Si bien las
tareas eran tediosas y la jornada laboral de nueve horas, se sintió cómoda y
feliz.
El mes que duraba el contrato, pasó rapidísimo para Ludmila
y Valeria. Les hubiera gustado tener algún día libre, para visitar lugares
turísticos, fuera de la ciudad, pero no sería posible. En el trabajo de Ludmila
la estaban esperando, en su ciudad de origen. Le habían otorgado un permiso
especial, por su situación y ya había finalizado el plazo.
Cuando regresó, Ángeles la estaba esperando en la terminal.
La llevó a la casa de Mariana. Allí habían preparado una fiesta de bienvenida.
Luego de la cena, un video fue mostrando todo el proceso de transformación de
la casa de Ludmila, que lloró de alegría durante todo el trayecto hasta que
llegó a su nuevo hogar.