Rossana se escapaba de la realidad de una manera muy especial. Tenía el
poder de introducirse en historias de los libros que leía y así desaparecer de
la suya.
Descubrió ese don siendo muy pequeña, cuando con solo cinco años, había
aprendido a leer, de la mano de su mamá y de su abuela. En ese entonces, solo
cuentos cortos la invitaban a viajar.
Iban surgiendo todo tipo de situaciones, algunas, más difíciles aún que
aquellas de las que había huido. Y se hacían más complejas a medida que iba
creciendo.
Una vez resuelto el problema, volvía a su rutina y eso que la había hecho
escapar, quedaba irresuelto.
Así pasaron los años y se
acumularon innumerables situaciones inconclusas, tantas como historias leídas.
Había protagonizado cientos de vidas. Algunas felices, otras, no tanto.
Lo bueno era que tenía la experiencia de una anciana, siendo joven todavía.
Nadie había notado sus ausencias, ya que por un extraño comportamiento
del tiempo, volvía siempre al momento indicado.
Cuando cumplió cincuenta años, se preguntó por primera vez si ese don
especial la favorecía o la perjudicaba. Se obsesionó por ello. Comenzó a tener pesadillas,
que se basaban en ataques de cada una de las personas de las que había huido, alguna vez. Se levantaba
agotada, confundida. Dudaba si había vivido un sueño o un escape.
Visitó decenas de psicólogos. Algunos la derivaban a un psiquiatra, otros
a profesionales que consideraban más capacitados. Gran parte de ellos veían ese
poder de Rossana, como algo irreal, como una fantasía de la que sería muy
difícil sacarla.
Hasta que por fin conoció a Dylan. Él creyó cada una de sus palabras. Por
primera vez, Rossana fue escuchada y comprendida.
Y sucedió algo que no debería suceder: psicólogo y paciente se enamoraron.
Ya no podían continuar con la terapia. No era ético. Y nadie estaba
dispuesto a hacerse cargo.
Dylan, en complicidad con una colega, Anabella, encontró la solución para
Rossana. Pusieron en marcha un plan secreto.
Él escribió una novela donde se narraban los primeros cincuenta años de Rossana.
Para ello hizo una investigación exhaustiva, para interrogarla lo menos
posible. Colaboraron familiares, compañeros de estudio y de trabajo, vecinos y
amigos. Ellos querían ayudar a Rossana, pero desconocían el plan de Dylan. Suponían
que necesitaba información para facilitársela a otro profesional. Sus seres
queridos suponían que ella sufría de una complicada patología, desde pequeña.
En el libro cambió nombres, lugares y fechas. Disfrazó gran parte de los
hechos para que ella cayera en la trampa. Y lo logró.
Sin darse cuenta, Rossana viajó al pasado y fue resolviendo cada uno de
sus problemas, en unos pocos meses.
Se empezó a sentir liviana, plena y feliz. Se sorprendió por ese estado
de paz, que siempre había añorado y que no conocía. Respiraba un aire
diferente, limpio, fresco.
Cada día, su vida tenía otro sentido: disfrutaba cada momento, sin
modificar el orden lógico. Veía amanecer, hacía sus actividades y contemplaba
el ocaso. Luego descansaba toda la noche y volvía a despertar, con mucha
energía. Pequeñas cosas cotidianas, normales para cualquier ser de este
planeta.
Una vez terminado el extenso libro, Dylan y Anabella le confesaron la
verdad.
Al principio fue muy difícil. Rossana viajó sola a un lejano lugar y no
atendía los llamados de Dylan, ni los de sus amigos, que estaban al tanto de
todo. Su relación corría peligro. Se aisló por completo.
Pero con el tiempo Rossana comprendió que Dylan había tenido una
excelente idea, gracias a la cual nunca volvería a escaparse de nada ni de
nadie. Volvió a su ciudad y lo primero que hizo fue ir a la casa de él. Lo
perdonó. Retomaron su relación, con más fuerza que nunca.
Horas más tarde, llamó a Anabella y la invitó a almorzar. Se disculpó por
su actitud y se convirtieron en grandes amigas.
A partir de ese momento empezó una nueva etapa en la que la verdad, el
amor y la libertad serían elementos suficientes para enfrentar cualquier
situación que se presentara. Le había ganado la batalla a los miedos.
Siguió siendo una gran lectora. Jamás dejaría ese hábito. Era de esas
personas que aprenden cada día, de esas que no dejan nunca de crecer. Pero
había comenzado a disfrutar de cada uno de esos libros, sin escaparse de la
realidad.