Iban caminando por la playa, cuando se agacharon para tomar la misma
piedra. Sus cabezas se unieron en un golpe que provocó más risas que dolor.
Resaltaba entre sus cientos de compañeras de diversas formas, colores y tamaños.
Tenía un brillo especial. Había algo en ella, más allá de la belleza visible.
Ámbar la guardó en su bolso y continuó caminando, junto a su amor, por la
arena fresca.
Fue un fin de semana soñado. Se despidieron a medianoche.
Ámbar colocó la piedra sobre la mesa de luz. Entre sueños, pudo ver a un
ángel, que la protegería por siempre.
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