Volver a entrar en esa casa, luego de tantos años, le
produjo una mezcla de sensaciones. Allí había aprendido las primeras reglas de
los juegos en grupo, con sus primos. Allí había recibido los besos más
sinceros, los de su abuela y los consejos más sabios, los de su abuelo.
Ellos ya no estaban. Dios se los había llevado, luego
de casi noventa años de existencia.
Y él era el encargado de recuperar esa vivienda, tan
grande, tan cómoda, tan llena de recuerdos.
Lo primero que hizo fue abrir puertas y ventanas.
Aunque el clima no era bueno, prefería un poco de viento y no el olor a
encierro.
Comenzó limpiando el baño y la cocina, acompañado de
Emily, su pequeña gata y de la música de su celular.
Cada objeto que veía o que tocaba lo llevaban muy
lejos en el tiempo. Y no quería regresar. Allí estaba compartiendo buenos
momentos con las personas que más había amado.
Sus diecinueve años de edad parecían tomados de varias
vidas. Le habían arrebatado su infancia. Y pudo transitar la adolescencia
huyendo, de a ratos, de todo lo que lo asfixiaba.
Se había tomado unos minutos, para saborear un café
con leche, cuando comenzó a llover. Cerró con cuidado cada una de las ventanas
y volvió a la cocina, para descansar un rato más. Tuvo que encender las luces.
El cielo había tomado un color tan oscuro, como el de su mascota.
Continuó limpiando el resto de la casa. Se podía decir
que ya estaba habitable.
Estaba muy cansado. Se recostó sobre el sillón.
Pensaba estudiar. Leyó unas pocas hojas de un apunte, y se quedó dormido, junto
a Emily.
Dos horas más tarde, se levantó sobresaltado. La
tormenta había alcanzado su máxima expresión.
Encendió su computadora. Pensaba responder mails, pero
las noticias que bombardeaban la pantalla eran alarmantes: muertos y desaparecidos
en la ciudad de La Plata. La peor inundación de su historia había sorprendido a
todos sus pobladores.
Minutos más tarde un extraño ruido lo guió hasta la
puerta de calle. No dudó en abrir. Una joven, de más o menos su edad había
caído desmayada sobre el umbral.
La tomó en sus brazos, la llevó a su habitación, la
arropó, encendió la estufa y se sentó junto a ella, esperando que despertara.
Su bello rostro estaba golpeado y lastimado. Las
heridas eran recientes.
¿Qué le habría sucedido? ¿Cómo había llegado allí?
¿Quién era?
No parecía un accidente. Él había visto muchas veces, marcas
de esas características.
Perdió la noción del tiempo. Horribles recuerdos
invadieron su mente. Se transportó a su niñez, en su ciudad de origen, cuando
solo quería ser grande para poder
hacer algo.
Un sutil movimiento sobre su cama, lo hizo volver a la
realidad. Sintió que era él el se estaba despertando luego de un repentino
desmayo.
Unos enormes ojos verdes, muy tristes, atravesaron su
mirada y hablaron mucho más que mil voces, pidiendo ayuda.
-
Tranquila. Acá no se inunda.
Estamos a salvo.
-
Gracias. No sé cómo llegué
acá…
-
No importa. No te esfuerces.
-
Es que…
-
Ya te traigo un café
caliente.
Cuando él volvió a la habitación, con una taza
humeante, ella estaba sentada en la cama, acariciando a Emily. Por sus mejillas
no se deslizaban gotas de lluvia, precisamente.
-
Estás empapada.
-
Sí, pero… es lo que menos me
preocupa.
-
¿No llegaste hasta acá
escapando del agua, verdad?
-
¿Cómo te diste cuenta?
-
Es largo de explicar. Contame
vos, por favor.
-
Bueno… ante todo me presento.
Soy Briana, tengo dieciocho años y vivo en La Plata desde hace unos meses. Vine
a estudiar. Soy de Pergamino. .
-
Mi nombre es Elián, tengo
diecinueve y tampoco soy platense. Nací en Mercedes.
-
Apenas llegué acá, conocí
a Guido. Empezamos a salir. Todo normal,
al principio, pero…
-
Es un tipo violento.
-
Sí.
-
Y hoy quisiste cortar,
entonces…
-
¿Cómo sabés?
-
Eso no importa. Quedate
tranquila. No soy amigo de Guido, ni podría llegar a serlo jamás.
-
Si llegan a golpear la
puerta, por favor, no abras. Tengo mucho miedo.
-
Todo va a estar bien.
-
Gracias. En cuanto pare de
llover me voy, no quiero involucrarte en esto.
-
Vos de acá no te vas a mover,
al menos no sola. Te voy a acompañar y te voy a ayudar en lo que necesites.
-
No tengo amigos acá, ni
familiares. Guido era muy celoso, no quería ni que me reuniera con compañeros
de la Facu, a estudiar.
-
¡Qué HDP! Ya va a pagar por
todo lo que te hizo.
Elián buscó
ropa deportiva y se la dio a Briana. Aunque le quedara grande, estaría mucho
más cómoda que con sus prendas empapadas, pegadas a su cuerpo desde hacía
varias horas. Ella se dio una ducha caliente, reparadora. Mientras tanto, él se
puso al tanto de las terribles noticias sobre la inundación. Las imágenes eran
desoladoras. Parecían tomadas de una película. Nunca había visto algo similar,
en la zona.
No había entrado una sola gota en la casa. Los
terrenos de ese barrio eran mucho más altos que el resto de la ciudad. Estaban
en una isla paradisíaca rodeada de náufragos que intentaban refugiarse en ella.
Ya era de noche, cuando una familia entera llegó en
busca de ayuda. Briana y Elián formaron
un equipo, asistiendo a los tres pequeños, de dos, cuatro y seis años de edad,
y a su mamá. Luego prepararon varios platos de sopa instantánea, con lo que
recuperaron la temperatura corporal.
La mujer no pudo comunicarse con su esposo ni con sus
padres. Los celulares no funcionaban y el teléfono fijo de Elián había quedado
sin tono, por lo cual tampoco había servicio de Internet. Cuando el cansancio
la dominó, quedó dormida en medio de la cama de abrazada a sus tres niños y
acompañada por la pequeña mascota.
Briana y Elián intentaron aflojar tensiones,
compartiendo unos mates y retomando la charla que había quedado pendiente.
-
Esto que me pasó es una
señal. Que vos me hayas salvado la vida, estar acá, ayudando a otros… tiene que
ser por algo. Si Dios quiso darme esta oportunidad, no puedo fallarle.
-
Tenés razón, pero yo no te
salvé la vida, no exageres.
-
¿Cómo que no? Personas en
mejores condiciones que yo, murieron ahogadas. Yo no sé cómo me vería, cuando
me abriste la puerta. Pero sé que sentí que era el fin.
-
¿A qué te referís con eso de
que no podés fallarle?
-
Que tengo que hacer lo que
corresponde. Mañana mismo voy a ir a denunciar a Guido.
-
Me parece perfecto. Y no tengas
miedo. No estás sola.
Continuaron la charla sentados en el sillón y se
quedaron dormidos hasta el amanecer.
Cuando se despertaron, se miraron como pidiéndose
disculpas. Y comenzaron el día más triste en la historia de los platenses.
Luego de un abundante desayuno, los seis subieron al
auto de Elián y fueron a la casa de esa hermosa familia que se había separado
por unas horas. Las pérdidas materiales eran incalculables. Pero todos estaban
sanos y juntos.
Las imágenes que Briana y Elián pudieron observar,
eran desgarradoras. Parecía irreal. La peor catástrofe de la zona, en toda su
historia. No pudieron evitar las lágrimas. Tampoco se atrevieron a hablar de
sus problemas personales, en medio de tanto dolor. Sus ojos se comunicaron como
si se conocieran de mucho tiempo. Tenían los mismos valores y heridas muy
parecidas. No sabían demasiado uno del otro, pero inexplicablemente se sentían
unidos.
Horas más tarde decidieron ir a buscar algo de ropa y
documentación de Briana. Elián le había propuesto que se quedara con él, al
menos hasta terminar los trámites en la comisaría. Todo se retrasaría. La
ciudad estaba prácticamente sin actividad. No había servicio eléctrico en
varias dependencias públicas y nadie sabía cuándo se iba a normalizar.
La compañera de trabajo de Briana tenía copias de las
llaves de su departamento. Pasaron a buscarlas. Ella estaba reacomodando los
muebles que había logrado salvar de la inundación.
Luego de atravesar
un largo pasillo, llegaron a la puerta. Al colocar la llave, notó que
estaba abierta. Segundos más tarde, Guido intentó pegarle un tiro en el pecho a
Briana. Elián se interpuso y cayó.
Guido corrió
hacia la calle. Trató de huir, pero varios vecinos pudieron impedirlo al llamar
inmediatamente al 911. En anteriores ocasiones, sabiendo que ejercía violencia
de género, habían hecho oídos sordos.
Briana vio los últimos meses de su vida, en minutos.
Cada insulto, cada palabra hiriente, cada golpe, llegaron a su mente reviviendo
la humillación y el dolor.
Y algo muy fuerte salió de su pecho: amaba a Elián y
no soportaría verlo sufrir por su culpa. Las horas que había compartido con él
habían sido suficientes. No había un ser más valioso en toda la Tierra. Dios no
podía permitir que le sucediera algo malo.
No podía hablar. No podía escuchar. No podía ver que
la bala solo había rozado el hombro de Elián. Él estaba mucho más consciente
que ella, de pie, a su lado.
La recuperación fue rápida. Más aún al saber que Guido
quedaría detenido, por un tiempo.
La ciudad fue levantándose, gracias a la solidaridad
de miles de personas, de todo el país y de la fuerza de los damnificados. La
luz de cada uno de esos seres, derrotó a la oscuridad producida por el clima.
Los padres de Briana se instalaron durante una semana
en La Plata y ella se disculpó por
haberles ocultado una información tan importante. Prometió que jamás los
dejaría al margen. Regresaron a su ciudad tranquilos, luego de haber conocido a
Elián, que ya había sido dado de alta.
La mañana en que volvió a su casa, junto a Briana, le
dijo que la amaba. Sabía que el sentimiento era mutuo, desde el primer momento,
pero prefirió empezar la relación allí y no en un sanatorio.
Y esa misma tarde, Briana lo acompañó al hospital,
pero no para que se atendiera.
Allí, él pudo contarle a su mamá que se había mudado, que
había empezado a estudiar Derecho y que estaba enamorado, apenas ella despertó
del coma producido por el último ataque de su ex marido, el padre de Elián.
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