¿Alguna vez alguien se preguntó sobre el momento en que nace el amor de
madre...?
En mi caso, nació en el mismo instante en que decidí concebirte.
Y no me arrepiento de haber esperado tanto tiempo para cumplir este nuevo
rol. Sé que ahora es muy distinto a lo que hubiera sido a mis veinte años. Creo
que estoy disfrutando la maternidad mucho más que si hubieras llegado hace diez
años.
Hoy te veo, pisando tus veintidós meses y te siento "grande",
independiente. Observo tus progresos hora a hora y me parece increíble. Te miro
cuando usás tu cuchara para llevar la comida a tu boca y siento un poco de
nostalgia de aquellos nueve meses en que la leche de mis senos era tu alimento.
Ese vínculo tal vez sea más fuerte que el del cordón umbilcal que te unió a mí
durante treinta y cinco semanas.
Trato de disfrutar cada etapa, conciente de que no volverá.
La naturalidad con que te despedís de mí con un "tau" cuando te
vas de la mano de tus abuelos o de tus tíos, me llena de emoción. Y tu voz a
través del teléfono cuando me llamás, acompañada de ruidosos besos, es lo más
dulce que oí en mi vida.
Descubro en la transparencia de tus negros ojos, gran parte de lo que
pasa por tu cabecita. Tu mirada es más clara que las palabras.
La ternura con que demostrás tu cariño, con tus suaves caricias y tus
cálidos abrazos, me provocan inmovilidad, deseando quedarme allí... mirándote y
mimándote eternamente.
Perdoname si fui débil en tus momentos más difíciles. El dolor que sentí
las veces que padeciste algún problema de salud fue mucho más fuerte de lo que
cualquier persona sin hijos pueda imaginarse. Recé en medio de las lágrimas que
me fue imposible contener. Y pedí que la enfermedad que tenías pasara de
inmediato a mi cuerpo.
Dios y tus ángeles de la guarda siempre te protegieron. Y gozás de muy
buena salud.
Mi mayor deseo es que seas una persona de bien y que la felicidad te
acompañe siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario