Pedro, 35 años, soltero, sin hijos.
Luego de su última relación estable, que duró 5 años y terminó hace 2, se
prometió no volver a enamorarse.
Su novia le había causado mucho daño.
Llamó a su gran amigo y le pidió que fuera a su casa.
–
¡Hermano! ¡Me pasó algo terrible! ¡Necesito que
hablemos!
Media hora después, Wilson estaba allí.
Se sentaron en los sillones del living.
–
¿Qué es eso tan grave que no me podías decir por
teléfono?
–
Conocí a una chica… Está buenísima. ¡Un lomo! Alta,
flaca, pelo largo largo, lacio, ojos verdes.
Es ingeniera química, treinta años, soltera, no tiene
pibes.
Y me dio bola, de una.
¿Qué estás pensando?
Seguramente dirás Este
chabón está chiflado, le falla, le pegó mal la birra de anoche, yo qué sé…
Dulce, pero apasionada, con gran personalidad, pero
sensible. Un minón.
Nos llevamos muy bien en la cama, pero también fuera.
Siempre tiene tema de conversación, pero no te
explota la cabeza, porque sabe escuchar.
Me re bancó cuando estuve hecho mierda por la
enfermedad de mi tío.
Sí, ya sé lo que estás pensando Este está más loco que antes del viaje.
Vos sabés más que nadie que me prometí no engancharme
nunca más con una mina. Y venía bien, sin quilombos.
Sí, sí… los hombres somos los únicos animales boludos
que tropezamos mil veces con la misma piedra.
Pero bue… ese es uno de los problemas. No cumplí con
mi palabra y eso me pesa.
Hay otra cosa. Vive en Bahía Blanca y está re
instalada ahí, en un puesto copadísimo.
La escucho por teléfono y me dan ganas de tomarme un
avión…
Fue un mes, puede que sea poco tiempo, pero fue todo
tan intenso… Nos vimos los treinta días.
Es una mina increíble. La amo, la necesito, la deseo,
la extraño.
No me la puedo sacar de la cabeza.
¿Qué hago, loco?
¡No puedo más!
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