–
¿Vergüenza de qué?
–
¿Todavía lo preguntás?
–
Yo no hice nada.
–
Claro que no hiciste nada. Fui yo la que lo apoyó para
que llegar a ser quien es ahora.
–
Él lo logró por sí mismo.
–
¿Qué sabés? Si hace dos días que lo conocés.
–
Muchas veces la calidad del tiempo vale más que la
cantidad.
–
¡No me vengas con frases hechas!
–
Es una realidad. Tenés que admitirlo.
–
¡Nena, a mí no me vas a decir qué tengo que hacer!
–
¿Qué ganás con todo esto?
–
Abrirte los ojos, chiquita. Ya te va a tocar. La
juventud se acaba. No me extrañaría que te deje por una de la mitad de tu edad.
–
Lo de ustedes ya estaba terminado cuando conocí a Luis.
No rompí ninguna relación.
–
Yo quería volver. Si no hubieras aparecido vos, con esa
carita de inocente… Estoy segura que lo hubiera reconquistado.
–
Hay daños que no se pueden reparar, por más voluntad
que se tenga.
–
Estás equivocada. El tiempo me dará la razón.
–
Nunca te importó nada de él. No estabas a su lado, pero
tampoco aceptaste jamás que él tenía derecho a volver a enamorarse.
–
Ja, ja. ¿Vos te creés que él está con vos por algo más
fuerte que una atracción física?
–
Eso que vos decís dura un par de meses. Y ya pasaron
unos cuantos años…
–
Si sos feliz así, viviendo una mentira.
–
Nuestros sentimientos son de verdad.
–
¡Parecés una adolescente! Y no lo digo por tu aspecto.
Tenés unas pocas arrugas, pero las suficientes para mostrar que ya pasaste los
cuarenta.
–
No estoy obsesionada por el paso del tiempo, como vos.
–
Yo simplemente me cuido. ¿Está mal? Claro, vos
preferirías que me viera como una anciana.
–
Por mí sacate treinta años de encima. Con tratamientos,
con cirugías, como quieras. No me afecta. Él me eligió a mí. Es lo único que
cuenta.
–
Legalmente es mi marido.
–
Sí, claro, pero en la práctica soy su mujer.
–
Su amante, querrás decir.
–
No. Ninguno de los dos está engañando a nadie.
–
¡Y te la das de católica!
–
Tengo la conciencia limpia. No dejé de ir a la iglesia
por estar divorciada y tampoco voy a dejar de hacerlo ahora, por estar
conviviendo con Luis.
–
No sos nadie para él. ¿Sabés que si se muere no te va a
quedar ni una ínfima pensión?
–
Ya lo sé.
–
¿Cuál es tu plan, entonces?
–
Nunca tuve ningún plan.
–
¡Vamos!
–
Pensá lo que quieras.
–
¿Y si el dinero no viniera de Luis?
–
¿Qué? ¡No te entiendo!
–
¿Si yo te ofreciera una especie de sueldo de por vida,
para que te alejaras de él?
–
¡Estás totalmente loca!
–
Pensalo…
–
No tengo nada que pensar.
–
¡Morite!
–
Y sí. Morir sería la única forma de desaparecer de la
vida de Luis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario