El día anterior ya había
comenzado a sentirse mal al ver la fecha en su agenda. No podía saltear el 26/08.
Le hubiera gustado dormirse y despertarse dos días después. Pero no podía.
Se levantó con el cuerpo
pesado, los ojos hinchados y un terrible dolor de cabeza. No podía sacarse de
la mente los recuerdos de aquel 26 de agosto, en el que su hermano había
muerto, en un accidente de tránsito.
Llegó a la oficina a la
hora de siempre. Cada compañero que lo veía le preguntaba qué le pasaba. No
tenía ganas de responder. En esa situación, no le importaba quedar como un
maleducado. Algunos conocían su historia, pero no sabían como ayudarlo.
Respetaban su silencio.
A media mañana ya había
tomado tres enormes tazas de café, intentando despabilarse, sin obtener
resultados.
A las 11 hs. estaba
citada una nueva integrante de su grupo de trabajo. La habían enviado desde una
sucursal del interior de la provincia.
Juan Manuel se había
olvidado por completo. Su mente se había trasladado diez años atrás. No podía
concentrarse en nada.
Fue al baño. Se sentía
mareado. Se miró al espejo. Tenía un aspecto horrible. Se lavó la cara, se mojó
el cabello, se peinó. Se volvió a mirar y no le gustó lo que vio.
Se arrepintió de no haber
pedido el día libre. ¿A quién podía serle útil en ese estado? Se hubieran
arreglado perfectamente sin él.
Volvió a su oficina.
Frente al escritorio estaba ella. Juan Manuel no entendía qué estaba
sucediendo. ¿Qué hacía una desconocida en su lugar de trabajo?
-
Fátima
López – le dijo, estrechando su mano derecha.
-
Juan
Manuel García – respondiendo al saludo.
Se sentaron. Él no sabía
qué decir, se sentía confundido. Entonces, ella tomó la palabra.
-
Vengo
de la sucursal de Tandil.
Juan Manuel la escuchaba,
pero no lograba comprender.
-
Allá
ocupaba el puesto de jefa de marketing. No sé qué tareas tendré que hacer aquí…
En ese momento, él
reaccionó. Tal vez porque se imaginaba una mujer mayor, no relacionó lo
conversado con su jefe el día anterior. Sabía que la nueva compañera tenía
veinte años de experiencia. No se la imaginaba así: bella, joven, simpática.
-
Nuestra
jefa de marketing renunció. Se fue a vivir al exterior. Así que ocuparás su
lugar.
-
¿Y
cuándo será mi primer día de trabajo?
-
Hoy
mismo, si estás de acuerdo.
-
No
hay problema. Cuando usted lo disponga.
¿Usted? Era la primera
persona, en años, que no lo tuteaba.
-
Te
acompaño a tu nueva oficina.
-
Gracias.
La oficina de Fátima se
encontraba al lado de la de Juan Manuel. Eran idénticas: las paredes, color
beige, con fotografías de eventos de la empresa; los pisos, alfombrados; los
muebles, modernos; una enorme ventana, con una cortina blanca; aire
acondicionado frío-calor y todas las comodidades necesarias.
A la hora del almuerzo,
Fátima salió a comprar algo. Al regresar, apurada, con algunas bolsas en sus
manos, entró en la oficina de Juan Manuel, confundiéndola con la suya. Él
estaba, contemplando una foto de su hermano. Se sobresaltó hasta el punto de
casi caerse de su silla giratoria.
-
Perdón,
me equivoqué – dijo, ruborizada.
-
No
es nada. Sentate, no hay problema. Muero por un vaso de gaseosa.
-
Acá
traje. Compré comida, también. Tengo suficiente para los dos.
-
Sí,
veo – dijo Juan Manuel, riendo.
Improvisaron un mantel
con servilletas de papel y compartieron el almuerzo.
Un año más tarde, en el
mismo lugar, brindaron por aquel 26 de agosto, que fue el día en que se
conocieron y no mucho después, ya habían comenzado una relación.
La noche anterior, en
medio de un hermoso sueño, el hermano de Juan Manuel le había asegurado que
Dios le había enviado ese gran regalo, para que no volviera angustiarse en esa
fecha. Desde ese momento, fue un día para celebrar.
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