Lucio se sentía muy triste. Si bien siempre conseguía lo que se proponía,
había llegado a la conclusión que lo que más quería en el mundo, no podía
lograrlo.
Desde muy pequeño sintió que su misión en la Tierra sería el cuidado de
los animales. Veterinaria era la carrera elegida. No tenía dudas.
Vivía en un diminuto departamento, en un primer piso, junto a su mamá,
desde que su padre había decidido irse del país. En realidad, de la enorme casa
que habían compartido los tres, solo le quedaban fotografías, ya que no la
recordaba.
Cada vez que encontraba un perro, un gato o un pájaro, en peligro, en la
calle, buscaba la forma y el sitio adecuado para que continuara viviendo.
Varios de sus amigos habían comenzado a llamarlo Salvador. Y él no se molestaba por ello. Bromeaba diciendo que su
nombre completo era Lucio Salvador Rodríguez.
La satisfacción de ver crecer sanos y fuertes a esos indefensos seres, lo
hacía sentir muy bien. Pero la angustia de no poder compartir cada día con un
animalito, era muy fuerte. Soñaba mudarse, a un lugar apto, grande, sin
importarle dónde.
Otros hijos únicos ocupaban su tiempo libre en videojuegos, películas o
deportes. Él, sin descuidar sus estudios, tomaba su actividad con la misma
responsabilidad que un trabajo y lo disfrutaba como si fuera un hobbie.
Y Daniel, el veterinario del barrio, colaboraba con él atendiendo, sin
cobrarle, a cada animalito que lo requería. Trabajaban en equipo. Lucio era su
asistente y su alumno. Cada día adquiría más conocimientos. El niño lo
admiraba. Era un ejemplo a seguir.
Una lluviosa tarde de invierno, a la salida del colegio, Lucio encontró
una gatita moribunda. Había sido atropellada por un automóvil, aparentemente.
Se sacó la campera, la envolvió en ella y la llevó a la veterinaria. Se veía
muy mal. Estaba inconsciente. Daniel y su equipo le salvaron la vida. Pero tuvieron
que amputarle una de sus patitas traseras. Quedó internada, con pronóstico
reservado. Lucio pasó tardes enteras junto a ella. No podía dejar de pensar en
el futuro de la gatita. Sería muy difícil que alguien quisiera adoptarla, por
su discapacidad. Daniel le había explicado que la pequeña podría hacer una vida
normal. Pero había que ser realista. A la hora de elegir, las personas comunes
veían solo la belleza exterior. La discriminación no solo se da entre humanos.
Tenía pelo corto, blanco y negro; ojos enormes; nariz rosada.
Como ya habían transcurrido varios días, sintió la necesidad de ponerle
un nombre. En general no lo hacía, con sus rescataditos, porque prefería que
los adoptantes lo hicieran. Pero éste era un caso especial. La llamó Melody,
por su significado, ya que le gustaba mucho la música. Y también había buscado
las características. Decía: “Posee
capacidad para adaptarse a situaciones nuevas”. Estaba seguro que ella
podría salir adelante con tres patas.
Mientras tanto, iban apareciendo otras criaturas indefensas, a las que
Lucio fotografíaba para encontrarles un lugar de tránsito o, en el mejor de los
casos, un hogar definitivo. Luego hacía un seguimiento de cada uno. Era
sumamente organizado en ello.
Los amaba a todos. Pero la pequeña Melody le quitaba el sueño. Tenía
pesadillas, donde la veía en peor estado del que la había encontrado. Otras, en
las que alguna familia aceptaba adoptarla, la llevaba prometiendo cuidados
especiales y a los pocos días la abandonaba en un terreno baldío. Se despertaba
agotado y angustiado. Pero no quería que su madre supiera el motivo, para no
hacerla sentir culpable, por no poder darle un hogar a la gatita.
_
¿Estás bien, hijo?
_
Sí, ma, solo fue una pesadilla. Perdoname, te
desperté.
_
¿Querés contarme?
_
No, ma. Estoy cansado. Quiero seguir durmiendo.
Pero Lucio, luego de esos sobresaltos, no podía conciliar el sueño
demasiado rápido. Se ponía a pensar en el futuro. ¡Cómo deseaba ser grande!
Quería devolverle a su mamá todo lo que ella le había dado. Quería asegurarle
una vida sin privaciones. Era consciente de todo lo que se sacrificaba su madre
para que a él no le faltara nada. Trabajaba muchísimo. Y él, con sus doce años
recién cumplidos, solo podía ayudarla en las tareas domésticas, para aliviarla
un poco.
Una mañana, al llegar al colegio, vio a una chica nueva. Estaba en una
silla de ruedas. Se acercó, se presentó y le preguntó en qué curso entraría. Al
descubrir que serían compañeros, la llevó hacia la fila que formaban en el
patio. Victoria le agradeció, con una enorme sonrisa en sus labios. Lucio
percibió las miradas y comentarios a su alrededor. No dijo nada. Luego de izar
la bandera, la preceptora se acercó a Victoria y la acompañó hasta el aula. Una
vez allí, la presentó y ella contó brevemente su historia. Dos años atrás había
tenido un accidente automovilístico por el cual había quedado paralítica. Se
veía muy segura e independiente, a pesar de su condición. La actitud de sus
padres la había ayudado a que se adaptara. Había sido bailarina hasta el
momento de la tragedia.
Al salir de la escuela, la mamá de Victoria estaba en la puerta. Lucio
ofreció su ayuda para lo que necesitaran. Ellas le agradecieron y se
despidieron.
Inmediatamente, se dirigió a la veterinaria, preocupado y pensativo.
Daniel lo recibió con un abrazo y una gran noticia: Melody estaba fuera de
peligro. Ya podía alimentarse sola y su estado general era muy bueno.
Aunque Lucio estaba muy feliz, Daniel se dio cuenta que algo le sucedía.
Mientras mimaban a Melody, tuvieron una interesante charla, sobre las actitudes
ante las adversidades, sobre las diferentes reacciones de las personas ante lo
diferente, etc.
Lucio llegó a su casa, satisfecho por lo que había hecho por Melody y por
Victoria. Ellas se merecían integrarse sin más sufrimientos. Ya habían tenido
suficientes.
Su mamá lo estaba esperando, con el almuerzo listo. Se sorprendió al
verla. Ella siempre estaba trabajando a esa hora.
_
Hola, ma. ¿Pasó algo que estás en casa?
_
No, hijo. Me dieron la tarde libre por aquel
domingo que cubrí a una compañera.
_
Ah, sí, me acuerdo que me dijiste que no te
pagarían extras pero que te compensarían otro día.
_
Sí, mi amor.
Se sentaron a comer. Lucio comentó lo de su nueva compañera y su mamá lo
felicitó por su predisposición para ayudar.
_
Tengo que contarte algo, Lucio.
_
¿Algo bueno?
_
Para mí, excelente. Espero que para vos también.
Quedaron en silencio, unos segundos.
_
Dale, ma.
_
Es que… conocí a alguien y…
_
¿Tenés novio?
_
Ponele, como dicen ustedes.
_
¡Qué bien! Era hora, ¿no? Ya me daba “cosa”
verte sola.
_
Gracias, hijo, sos un sol. No pensé que lo ibas
a tomar tan bien.
_
Soy grande, ma. ¿Y cuándo me lo vas a presentar?
_
Cuando vos quieras, Lu.
_
Cuanto antes, mejor.
_
Bueno, lo llamo y compartimos el postre, ¿sí?
Preparé una mousse de chocolate.
_
¡Qué rico! ¡Sos la mejor!
Laura tomó el teléfono y cinco minutos después alguien tocó el timbre.
Lucio fue a abrir y cuando vio a Daniel se puso pálido.
_
¿Qué le pasó a Melody?
_
¡Salvador! ¿Qué hacés acá? ¿Sos amigo de la
familia de Laura?
_
¿Eh? No te entiendo. Decime si se murió, por
favor.
_
No, querido. Melody está muy bien.
_
¿Entonces? ¿Por qué viniste?
Laura salió del baño, sin comprender la confusión y luego de darle un
beso en la mejilla a Daniel, los presentó.
_
Lucio, él es…
_
Daniel, ma, es mi amigo.
_
Y mi novio.
_
Ahora entiendo – dijo Lucio.
_
Explicanos, por favor – dijo Laura.
_
Daniel es el veterinario de todos los animalitos
que rescato. Y me conoció como Salvador, por los chicos. ¿Te acordás que te
conté que me empezaron a llamar así?
_
Claro, vos siempre me nombraste a tu hijo como
Lucio.
_
Y sí, es su nombre – dijo Laura, riendo.
Felices, se sentaron los tres a comer el exquisito postre preparado por
Laura.
Y a partir de allí, nunca más se separaron. Se fueron a vivir a una casa
enorme, con fondo, donde Melody podía correr a la par de sus hermanitos felinos
y caninos. Victoria los visitaba muy seguido. Ella también sería veterinaria.
Colaboraba con Lucio, en sus tareas de rescate. Y Daniel la aceptó también como
asistente.
Fueron muchos los animalitos que gracias a ellos tuvieron un buen hogar.
Y Lucio logró lo que más quería en el mundo: compartir cada día con sus
amigos no humanos.
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