Soy un paraguas joven y en perfecto estado. Solange me compró en un
bonito comercio del centro, una mañana de lluvia. Ese día, cuando salió de su
trabajo, había un sol radiante, de modo que me guardó con mucho cuidado en su
bolso y regresamos sequitos a su casa.
A partir de ese día vivo junto a elegantes sacos y carteras, en el
perchero del living. No me puedo quejar. Estoy cómodo y me divierto con las
comedias románticas que mira Solange los fines de semana.
Hoy el pronóstico meteorológico anunció tormentas. Volví a salir. Conocí
varias oficinas. Viajé en colectivo y en taxi, quien sabe cuántos kilómetros.
No sé donde estoy. Me siento preocupado. Solange se olvidó de mí. Me
encuentro solo, sobre un escritorio desconocido. No estoy enojado. Ella está
con demasiados problemas. Deja la pava en el fuego hasta que se consume el
agua, se le quema la comida, se le vencen los impuestos… No, no es una
despistada. Ya se le va a pasar. Esto es transitorio. Estoy seguro.
-
¡No, por favor, señor, no me lleve, que no soy
suyo!
Mi corazón late cada vez más acelerado. Este hombre no entiende mi
idioma. ¡Es un secuestro!
Estoy en la calle. Hay mucho ruido. Sin embargo, puedo escuchar la dulce
voz de mi dueña, agradeciéndole al intruso.
-
Ya vamos. ¡Qué tonta charla!
Volví a mi hogar. Estoy feliz. Y no solo por mí, sino también por ella.
Pasaron unos días. Todo cambió. Ya no más olor a quemado, pavas en la
basura ni intereses por pagar fuera de término.
¡Qué buen perfume! A mi lado, un sobretodo, bien masculino, colgado en el
perchero desde anoche…
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