sábado, 25 de agosto de 2012

VENTANA ABIERTA EN UN DÍA VENTOSO


Era una casa enorme, muy aireada, bien conservada, a pesar de sus años.
La habían construido sus abuelos, antes del nacimiento de su madre y de sus tíos.
Cada rincón le traía hermosos recuerdos de su infancia. Cerraba los ojos y oía las risas de sus primos y de sus hermanos.
En la alcoba del tercer piso guardaban todo aquello que sin ningún valor comercial, significaba tanto para Mariana, su abuela.
Aquella cálida y ventosa tarde de septiembre, Alma había encontrado la llave de un baúl en cuyo interior había elementos totalmente desconocidos para ella.
Tenía la certeza que descubriría grandes secretos allí, ocultos durante décadas.
Cerró la puerta de la habitación. Tomó un almohadón, lo ubicó en el piso, se sentó, abrió el baúl y comenzó la tarea que esperaba hacía tanto tiempo.
Decenas de sobres amarillentos, que contenían postales, fotos y cartas; servilletas de diferentes cafés y restaurantes; rosas secas; envoltorios de chocolates.
Tomó un fino papel prolijamente doblado. Lo abrió con mucho cuidado.
        ¡Alma! ¡Alma! ¡Vení, es urgente!
Se levantó de un salto, soltó lo que no había alcanzado a leer, dio las dos vueltas de llaves de la puerta, y bajó las escaleras corriendo.
La ventana había quedado abierta.
El mayor secreto de Mariana, plasmado sobre una hoja transparente, escrita con tinta roja, había sido capturado por el viento y trasladado quién sabe a donde.