jueves, 3 de noviembre de 2016

AYUDA


Volver a entrar en esa casa, luego de tantos años, le produjo una mezcla de sensaciones. Allí había aprendido las primeras reglas de los juegos en grupo, con sus primos. Allí había recibido los besos más sinceros, los de su abuela y los consejos más sabios, los de su abuelo.

Ellos ya no estaban. Dios se los había llevado, luego de casi noventa años de existencia.

Y él era el encargado de recuperar esa vivienda, tan grande, tan cómoda, tan llena de recuerdos.

Lo primero que hizo fue abrir puertas y ventanas. Aunque el clima no era bueno, prefería un poco de viento y no el olor a encierro.

Comenzó limpiando el baño y la cocina, acompañado de Emily, su pequeña gata y de la música de su celular.

Cada objeto que veía o que tocaba lo llevaban muy lejos en el tiempo. Y no quería regresar. Allí estaba compartiendo buenos momentos con las personas que más había amado.

Sus diecinueve años de edad parecían tomados de varias vidas. Le habían arrebatado su infancia. Y pudo transitar la adolescencia huyendo, de a ratos, de todo lo que lo asfixiaba.

Se había tomado unos minutos, para saborear un café con leche, cuando comenzó a llover. Cerró con cuidado cada una de las ventanas y volvió a la cocina, para descansar un rato más. Tuvo que encender las luces. El cielo había tomado un color tan oscuro, como el de su mascota.

Continuó limpiando el resto de la casa. Se podía decir que ya estaba habitable.

Estaba muy cansado. Se recostó sobre el sillón. Pensaba estudiar. Leyó unas pocas hojas de un apunte, y se quedó dormido, junto a Emily.

Dos horas más tarde, se levantó sobresaltado. La tormenta había alcanzado su máxima expresión.

Encendió su computadora. Pensaba responder mails, pero las noticias que bombardeaban la pantalla eran alarmantes: muertos y desaparecidos en la ciudad de La Plata. La peor inundación de su historia había sorprendido a todos sus pobladores.

Minutos más tarde un extraño ruido lo guió hasta la puerta de calle. No dudó en abrir. Una joven, de más o menos su edad había caído desmayada sobre el umbral.

La tomó en sus brazos, la llevó a su habitación, la arropó, encendió la estufa y se sentó junto a ella, esperando que despertara.

Su bello rostro estaba golpeado y lastimado. Las heridas eran recientes.

¿Qué le habría sucedido? ¿Cómo había llegado allí? ¿Quién era?

No parecía un accidente. Él había visto muchas veces, marcas de esas características.

Perdió la noción del tiempo. Horribles recuerdos invadieron su mente. Se transportó a su niñez, en su ciudad de origen, cuando solo quería ser grande para poder hacer algo.

Un sutil movimiento sobre su cama, lo hizo volver a la realidad. Sintió que era él el se estaba despertando luego de un repentino desmayo.

Unos enormes ojos verdes, muy tristes, atravesaron su mirada y hablaron mucho más que mil voces, pidiendo ayuda.

-        Tranquila. Acá no se inunda. Estamos a salvo.

-        Gracias. No sé cómo llegué acá…

-        No importa. No te esfuerces.

-        Es que…

-        Ya te traigo un café caliente.

Cuando él volvió a la habitación, con una taza humeante, ella estaba sentada en la cama, acariciando a Emily. Por sus mejillas no se deslizaban gotas de lluvia, precisamente.

-        Estás empapada.

-        Sí, pero… es lo que menos me preocupa.

-        ¿No llegaste hasta acá escapando del agua, verdad?

-        ¿Cómo te diste cuenta?

-        Es largo de explicar. Contame vos, por favor.

-        Bueno… ante todo me presento. Soy Briana, tengo dieciocho años y vivo en La Plata desde hace unos meses. Vine a estudiar. Soy de  Pergamino.                             .

-        Mi nombre es Elián, tengo diecinueve y tampoco soy platense. Nací en Mercedes.

-        Apenas llegué acá, conocí a  Guido. Empezamos a salir. Todo normal, al principio, pero…

-        Es un tipo violento.

-        Sí.

-        Y hoy quisiste cortar, entonces…

-        ¿Cómo sabés?

-        Eso no importa. Quedate tranquila. No soy amigo de Guido, ni podría llegar a serlo jamás.

-        Si llegan a golpear la puerta, por favor, no abras. Tengo mucho miedo.

-        Todo va a estar bien.

-        Gracias. En cuanto pare de llover me voy, no quiero involucrarte en esto.

-        Vos de acá no te vas a mover, al menos no sola. Te voy a acompañar y te voy a ayudar en lo que necesites.

-        No tengo amigos acá, ni familiares. Guido era muy celoso, no quería ni que me reuniera con compañeros de la Facu, a estudiar.

-        ¡Qué HDP! Ya va a pagar por todo lo que te hizo.

Elián  buscó ropa deportiva y se la dio a Briana. Aunque le quedara grande, estaría mucho más cómoda que con sus prendas empapadas, pegadas a su cuerpo desde hacía varias horas. Ella se dio una ducha caliente, reparadora. Mientras tanto, él se puso al tanto de las terribles noticias sobre la inundación. Las imágenes eran desoladoras. Parecían tomadas de una película. Nunca había visto algo similar, en la zona.

No había entrado una sola gota en la casa. Los terrenos de ese barrio eran mucho más altos que el resto de la ciudad. Estaban en una isla paradisíaca rodeada de náufragos que intentaban refugiarse en ella.

Ya era de noche, cuando una familia entera llegó en busca de ayuda.  Briana y Elián formaron un equipo, asistiendo a los tres pequeños, de dos, cuatro y seis años de edad, y a su mamá. Luego prepararon varios platos de sopa instantánea, con lo que recuperaron la temperatura corporal.

La mujer no pudo comunicarse con su esposo ni con sus padres. Los celulares no funcionaban y el teléfono fijo de Elián había quedado sin tono, por lo cual tampoco había servicio de Internet. Cuando el cansancio la dominó, quedó dormida en medio de la cama de abrazada a sus tres niños y acompañada por la pequeña mascota.

Briana y Elián intentaron aflojar tensiones, compartiendo unos mates y retomando la charla que había quedado pendiente.

-        Esto que me pasó es una señal. Que vos me hayas salvado la vida, estar acá, ayudando a otros… tiene que ser por algo. Si Dios quiso darme esta oportunidad, no puedo fallarle.

-        Tenés razón, pero yo no te salvé la vida, no exageres.

-        ¿Cómo que no? Personas en mejores condiciones que yo, murieron ahogadas. Yo no sé cómo me vería, cuando me abriste la puerta. Pero sé que sentí que era el fin.

-        ¿A qué te referís con eso de que no podés fallarle?

-        Que tengo que hacer lo que corresponde. Mañana mismo voy a ir a denunciar a Guido.

-        Me parece perfecto. Y  no tengas  miedo. No estás sola.

Continuaron la charla sentados en el sillón y se quedaron dormidos hasta el amanecer.

Cuando se despertaron, se miraron como pidiéndose disculpas. Y comenzaron el día más triste en la historia de los platenses.

Luego de un abundante desayuno, los seis subieron al auto de Elián y fueron a la casa de esa hermosa familia que se había separado por unas horas. Las pérdidas materiales eran incalculables. Pero todos estaban sanos y juntos.

Las imágenes que Briana y Elián pudieron observar, eran desgarradoras. Parecía irreal. La peor catástrofe de la zona, en toda su historia. No pudieron evitar las lágrimas. Tampoco se atrevieron a hablar de sus problemas personales, en medio de tanto dolor. Sus ojos se comunicaron como si se conocieran de mucho tiempo. Tenían los mismos valores y heridas muy parecidas. No sabían demasiado uno del otro, pero inexplicablemente se sentían unidos.

Horas más tarde decidieron ir a buscar algo de ropa y documentación de Briana. Elián le había propuesto que se quedara con él, al menos hasta terminar los trámites en la comisaría. Todo se retrasaría. La ciudad estaba prácticamente sin actividad. No había servicio eléctrico en varias dependencias públicas y nadie sabía cuándo se iba a normalizar.

La compañera de trabajo de Briana tenía copias de las llaves de su departamento. Pasaron a buscarlas. Ella estaba reacomodando los muebles que había logrado salvar de la inundación.

Luego de atravesar  un largo pasillo, llegaron a la puerta. Al colocar la llave, notó que estaba abierta. Segundos más tarde, Guido intentó pegarle un tiro en el pecho a Briana. Elián se interpuso y cayó.

      Guido corrió hacia la calle. Trató de huir, pero varios vecinos pudieron impedirlo al llamar inmediatamente al 911. En anteriores ocasiones, sabiendo que ejercía violencia de género, habían hecho oídos sordos.

Briana vio los últimos meses de su vida, en minutos. Cada insulto, cada palabra hiriente, cada golpe, llegaron a su mente reviviendo la humillación y el dolor.

Y algo muy fuerte salió de su pecho: amaba a Elián y no soportaría verlo sufrir por su culpa. Las horas que había compartido con él habían sido suficientes. No había un ser más valioso en toda la Tierra. Dios no podía permitir que le sucediera algo malo.

No podía hablar. No podía escuchar. No podía ver que la bala solo había rozado el hombro de Elián. Él estaba mucho más consciente que ella, de pie, a su lado.

La recuperación fue rápida. Más aún al saber que Guido quedaría detenido, por un tiempo.

La ciudad fue levantándose, gracias a la solidaridad de miles de personas, de todo el país y de la fuerza de los damnificados. La luz de cada uno de esos seres, derrotó a la oscuridad producida por el clima.

Los padres de Briana se instalaron durante una semana en La Plata y ella se disculpó por  haberles ocultado una información tan importante. Prometió que jamás los dejaría al margen. Regresaron a su ciudad tranquilos, luego de haber conocido a Elián, que ya había sido dado de alta.

La mañana en que volvió a su casa, junto a Briana, le dijo que la amaba. Sabía que el sentimiento era mutuo, desde el primer momento, pero prefirió empezar la relación allí y no en un sanatorio.

Y esa misma tarde, Briana lo acompañó al hospital, pero no para que se atendiera.

Allí, él pudo contarle a su mamá que se había mudado, que había empezado a estudiar Derecho y que estaba enamorado, apenas ella despertó del coma producido por el último ataque de su ex marido, el padre de Elián.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

ALGO EN COMÚN: Tercera edición

Esperando, ansiosa, la tercera edición de ALGO EN COMÚN.
Primera y segunda A G O T A D A S.
Muchas gracias a los que lo hicieron posible.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Mis cuentos PARAGUAS OLVIDADO, LEJOS y POR EL OJO DE LA CERRADURA, en la antología ONCE. Gracias Antonio Gordillo por invitarme a ser parte.

martes, 9 de febrero de 2016

AJEDREZ

Alejandro había ganado sus primeros trofeos de ajedrez cuando aún no sabía ni las tablas de multiplicar. Fueron cuatro años de práctica de un deporte que abandonaría durante mucho tiempo, sin una razón valedera.
Aunque no fue consciente de ello, su entrenamiento sirvió para enfrentar varias catástrofes en su vida, siendo muy chico. Su estrategia fue increíble y admirable.
Situaciones límites lo llevaron a caminar por senderos que conducían a laberintos de los que sería muy difícil escapar. Un horrible ser, disfrazado de tigre hambriento, seguía sus pasos, intentando transformarlo, con amenazas constantes. Pretendía que fuera un depredador, que lo acompañara en sus tareas de destrucción. No lo logró.  Alejandro huyó de todo lo malo que se presentaba ante él, tentándolo por unas pocas monedas. Pudo conservar su esencia. Ese niño bueno que había habitado en su pequeño cuerpo, fue creciendo, manteniendo sus valores, su energía, sus ganas de vivir.
Una tarde fue a varias bibliotecas en busca de un libro que necesitaba una vieja amiga. Lo consiguió y se lo llevó a su casa. Emilia lo estaba esperando sentada detrás de un escritorio sobre el cual había un enorme reloj de arena, que recordaba de cuando eran pequeños y jugaban con el paso del tiempo.
Se acercó, le dio un beso en la mejilla y se sentó frente a ella. Hacía varios años que no se veían, pero seguían en contacto vía Internet y en forma telefónica. Notó tristeza en su mirada. Se veía rara. No se animó a preguntar.
Ella le agradeció por lo del libro. Lo tomó de las manos y simplemente dijo:
_         Tuve un accidente hace unos meses. Quedé paralítica Mi vida está en ruinas.
_         Contá conmigo, para lo que necesites – le respondió, con la voz entrecortada y lágrimas que no pudo contener.
Emilia había decidido mantener el secreto hasta ese momento. Se había aislado de todo. Su familia había respetado su silencio y la había ayudado, mudándose de ciudad, manera provisoria y regresando a su lugar de origen, sin comentarlo demasiado.
El ajedrez había sido su compañero los últimos tiempos. El tablero y los libros lograban que su mente venciera a los malos pensamientos. De manera que, Alejandro, a partir de ese día, retomó el deporte que había abandonado hacía casi diez años. Al comienzo, la mayoría de las partidas eran ganadas por Emilia. Alejandro no estaba en estado. Pero luego, con la práctica, fue alcanzándola.
Visitó bibliotecas, cada semana, ingresando en un nuevo mundo, disfrutando también de la lectura. Y llevó a Emilia a especialistas que le fueron devolviendo la esperanza de volver a caminar.
Poco después, dejaron de ser amigos. No fue de golpe. Sus sentimientos fueron transformándose. Se amaron. Y ese amor fue creciendo con ellos. Se admiraron.
Formaron un equipo invencible. Lucharon contra monstruos humanos que eran esclavos de los prejuicios, personas sin alma que actuaban como robots, cuya misión era destruir, lastimar, humillar. Y no fue una batalla. Fueron muchas, una tras otra, sin respiro.
Aunque eran profundas, curaron sus heridas y el dolor iba disminuyendo su intensidad, con el correr del tiempo.
De a poco fueron dejando la adolescencia, para darle paso a otra etapa. Y se convirtieron en dos adultos, que pudieron ir juntos, de la mano, dispuestos a enfrentar lo que fuera, para hacer realidad sus sueños.
No necesitaron de una brújula que les marcara el camino. Tenían muy claro dónde estaban, hacia dónde querían ir y el lugar al que jamás regresarían.

En el torneo más importante de sus vidas jugaron en pareja y obtuvieron el premio mayor: Emilia recuperó la movilidad de sus piernas. Y cada uno pudo desarrollarse en forma individual, en lo suyo, pero sabiendo que el otro estaría a su lado siempre, apoyando, en todo momento.

PARAGUAS OLVIDADO

Soy un paraguas joven y en perfecto estado. Solange me compró en un bonito comercio del centro, una mañana de lluvia. Ese día, cuando salió de su trabajo, había un sol radiante, de modo que me guardó con mucho cuidado en su bolso y regresamos sequitos a su casa.
A partir de ese día vivo junto a elegantes sacos y carteras, en el perchero del living. No me puedo quejar. Estoy cómodo y me divierto con las comedias románticas que mira Solange los fines de semana.
Hoy el pronóstico meteorológico anunció tormentas. Volví a salir. Conocí varias oficinas. Viajé en colectivo y en taxi, quien sabe cuántos kilómetros.
No sé donde estoy. Me siento preocupado. Solange se olvidó de mí. Me encuentro solo, sobre un escritorio desconocido. No estoy enojado. Ella está con demasiados problemas. Deja la pava en el fuego hasta que se consume el agua, se le quema la comida, se le vencen los impuestos… No, no es una despistada. Ya se le va a pasar. Esto es transitorio. Estoy seguro.


-        ¡No, por favor, señor, no me lleve, que no soy suyo!
Mi corazón late cada vez más acelerado. Este hombre no entiende mi idioma. ¡Es un secuestro!
Estoy en la calle. Hay mucho ruido. Sin embargo, puedo escuchar la dulce voz de mi dueña, agradeciéndole al intruso.
-        Ya vamos. ¡Qué tonta charla!
Volví a mi hogar. Estoy feliz. Y no solo por  mí, sino también por ella.
Pasaron unos días. Todo cambió. Ya no más olor a quemado, pavas en la basura ni intereses por pagar fuera de término.

¡Qué buen perfume! A mi lado, un sobretodo, bien masculino, colgado en el perchero desde anoche…