martes, 9 de febrero de 2016

AJEDREZ

Alejandro había ganado sus primeros trofeos de ajedrez cuando aún no sabía ni las tablas de multiplicar. Fueron cuatro años de práctica de un deporte que abandonaría durante mucho tiempo, sin una razón valedera.
Aunque no fue consciente de ello, su entrenamiento sirvió para enfrentar varias catástrofes en su vida, siendo muy chico. Su estrategia fue increíble y admirable.
Situaciones límites lo llevaron a caminar por senderos que conducían a laberintos de los que sería muy difícil escapar. Un horrible ser, disfrazado de tigre hambriento, seguía sus pasos, intentando transformarlo, con amenazas constantes. Pretendía que fuera un depredador, que lo acompañara en sus tareas de destrucción. No lo logró.  Alejandro huyó de todo lo malo que se presentaba ante él, tentándolo por unas pocas monedas. Pudo conservar su esencia. Ese niño bueno que había habitado en su pequeño cuerpo, fue creciendo, manteniendo sus valores, su energía, sus ganas de vivir.
Una tarde fue a varias bibliotecas en busca de un libro que necesitaba una vieja amiga. Lo consiguió y se lo llevó a su casa. Emilia lo estaba esperando sentada detrás de un escritorio sobre el cual había un enorme reloj de arena, que recordaba de cuando eran pequeños y jugaban con el paso del tiempo.
Se acercó, le dio un beso en la mejilla y se sentó frente a ella. Hacía varios años que no se veían, pero seguían en contacto vía Internet y en forma telefónica. Notó tristeza en su mirada. Se veía rara. No se animó a preguntar.
Ella le agradeció por lo del libro. Lo tomó de las manos y simplemente dijo:
_         Tuve un accidente hace unos meses. Quedé paralítica Mi vida está en ruinas.
_         Contá conmigo, para lo que necesites – le respondió, con la voz entrecortada y lágrimas que no pudo contener.
Emilia había decidido mantener el secreto hasta ese momento. Se había aislado de todo. Su familia había respetado su silencio y la había ayudado, mudándose de ciudad, manera provisoria y regresando a su lugar de origen, sin comentarlo demasiado.
El ajedrez había sido su compañero los últimos tiempos. El tablero y los libros lograban que su mente venciera a los malos pensamientos. De manera que, Alejandro, a partir de ese día, retomó el deporte que había abandonado hacía casi diez años. Al comienzo, la mayoría de las partidas eran ganadas por Emilia. Alejandro no estaba en estado. Pero luego, con la práctica, fue alcanzándola.
Visitó bibliotecas, cada semana, ingresando en un nuevo mundo, disfrutando también de la lectura. Y llevó a Emilia a especialistas que le fueron devolviendo la esperanza de volver a caminar.
Poco después, dejaron de ser amigos. No fue de golpe. Sus sentimientos fueron transformándose. Se amaron. Y ese amor fue creciendo con ellos. Se admiraron.
Formaron un equipo invencible. Lucharon contra monstruos humanos que eran esclavos de los prejuicios, personas sin alma que actuaban como robots, cuya misión era destruir, lastimar, humillar. Y no fue una batalla. Fueron muchas, una tras otra, sin respiro.
Aunque eran profundas, curaron sus heridas y el dolor iba disminuyendo su intensidad, con el correr del tiempo.
De a poco fueron dejando la adolescencia, para darle paso a otra etapa. Y se convirtieron en dos adultos, que pudieron ir juntos, de la mano, dispuestos a enfrentar lo que fuera, para hacer realidad sus sueños.
No necesitaron de una brújula que les marcara el camino. Tenían muy claro dónde estaban, hacia dónde querían ir y el lugar al que jamás regresarían.

En el torneo más importante de sus vidas jugaron en pareja y obtuvieron el premio mayor: Emilia recuperó la movilidad de sus piernas. Y cada uno pudo desarrollarse en forma individual, en lo suyo, pero sabiendo que el otro estaría a su lado siempre, apoyando, en todo momento.

PARAGUAS OLVIDADO

Soy un paraguas joven y en perfecto estado. Solange me compró en un bonito comercio del centro, una mañana de lluvia. Ese día, cuando salió de su trabajo, había un sol radiante, de modo que me guardó con mucho cuidado en su bolso y regresamos sequitos a su casa.
A partir de ese día vivo junto a elegantes sacos y carteras, en el perchero del living. No me puedo quejar. Estoy cómodo y me divierto con las comedias románticas que mira Solange los fines de semana.
Hoy el pronóstico meteorológico anunció tormentas. Volví a salir. Conocí varias oficinas. Viajé en colectivo y en taxi, quien sabe cuántos kilómetros.
No sé donde estoy. Me siento preocupado. Solange se olvidó de mí. Me encuentro solo, sobre un escritorio desconocido. No estoy enojado. Ella está con demasiados problemas. Deja la pava en el fuego hasta que se consume el agua, se le quema la comida, se le vencen los impuestos… No, no es una despistada. Ya se le va a pasar. Esto es transitorio. Estoy seguro.


-        ¡No, por favor, señor, no me lleve, que no soy suyo!
Mi corazón late cada vez más acelerado. Este hombre no entiende mi idioma. ¡Es un secuestro!
Estoy en la calle. Hay mucho ruido. Sin embargo, puedo escuchar la dulce voz de mi dueña, agradeciéndole al intruso.
-        Ya vamos. ¡Qué tonta charla!
Volví a mi hogar. Estoy feliz. Y no solo por  mí, sino también por ella.
Pasaron unos días. Todo cambió. Ya no más olor a quemado, pavas en la basura ni intereses por pagar fuera de término.

¡Qué buen perfume! A mi lado, un sobretodo, bien masculino, colgado en el perchero desde anoche…