sábado, 7 de marzo de 2015

PACTO DE SILENCIO

Se subió al ómnibus con una tímida sonrisa. Alejarse durante un mes de su ciudad aliviaría un poco su intenso dolor por lo acontecido.
Un trabajo temporario la esperaba a mil kilómetros de allí. Su gran amiga le daría un lugar en su casa y la contención que necesitaba para seguir adelante. Nadie le podría robar la riqueza que tenía en sus amigos y en su propio ser. Era una mujer fuerte. Saldría adelante.
Se sentó en el primer asiento del piso superior, para poder disfrutar del paisaje y tomar fotos. Su cámara se había salvado, por llevarla siempre consigo, en su cartera.
Su celular no dejaba de sonar un minuto. Decenas de mensajes deseándole lo mejor, para su nueva etapa; llamados preguntándole cómo se sentía. No estaba sola.
Tomó un libro. Lo abrió en el segundo capítulo, pero prefirió volver a la primera página. Lo que había leído hasta allí no lo tenía demasiado claro, por no haber estado concentrada en él en el momento de comenzarlo. Trató de meterse en la historia, para olvidarse por un rato de la suya.
No quería recordar que cada objeto de su casa había sido destruido por el incendio provocado por el que alguna vez fue su gran amor. Toda una vida de sacrificios perdida en minutos.
Tampoco quería sentirse una prófuga de la justicia, siendo la víctima. Pero era necesario huir. Huir de todo y de todos. Y proteger su vida, lejos de ese ser que merecía morir en un hospital psiquiátrico o en prisión.
Sus seres queridos estaban de acuerdo con su abogado, cuando le aconsejó que no permaneciera un minuto más en su ciudad. No fue difícil convencerla para que realizara ese viaje. Las heridas eran profundas, pero su mente continuaba funcionando, tal vez a menor velocidad, por el agotamiento, pero con racionalidad.
Su teléfono celular estaba intervenido. Sus contactos lo sabían. Lo mejor sería que Adolfo la llamara, con insultos y amenazas. Pero hacía mucho tiempo que no lo hacía. Era inteligente y estaba bien asesorado.
Ludmila había cometido solo un gran error en su vida: enamorarse de un asesino en potencia.
Luego de leer unas treinta páginas, comenzó a sentir sueño. Cerró el libro, se tapó con la campera que se había quitado y se durmió. Soñó con bellos paisajes mendocinos, que ya conocía, pero que ansiaba volver a ver.
Se despertó cuando el ómnibus se detuvo. Pararían a desayunar. Tomó su cartera. Bajó. Fue directamente al baño. Se peinó, se lavó los dientes y se arregló. Luego pidió un café con leche con dos alfajores de maicena. Estaba recuperando energía.

Eran las seis de la mañana cuando la casa de Ludmila empezó a llenarse de gente. Vecinos, amigos, familiares se reunieron allí, en secreto. Cada uno colaboraría en lo que estuviera a su alcance, con materiales y con trabajo.
Ángeles distribuyó las tareas. Mariana juntó el dinero. Daniel salió con su camioneta a comprar los primeros elementos. A media mañana todos estaban limpiando el lugar y preparando las paredes para pintarlas. Los peritos habían concluido su trabajo antes de la partida de su dueña. Ya podían recuperar el lugar para ser habitado.
Habían hecho un pacto de silencio. Ludmila se merecía recibir esa sorpresa a su regreso. No debía sospechar absolutamente nada.
Pocos días después la casa tenía muebles y los elementos básicos. La mayoría provenía de algún integrante del grupo. Artículos de bazar, ropa de cama, prendas de vestir. El fin de semana hicieron una especie de peña, en el club del barrio, para recaudar fondos y vendieron rifas, gracias donaciones de comerciantes de la zona. Con lo obtenido adquirieron electrodomésticos. Ludmila tenía lo necesario para volver a empezar.

Ludmila disfrutó al máximo del viaje. Llegó a destino con la memoria de su cámara casi completa y con su libro terminado.
Su amiga la estaba esperando en la terminal de ómnibus. Luego de un enorme abrazo, entre lágrimas, se dirigieron a la casa de Valeria.
Conversaron durante horas, sin parar. Hacía tres años que no se veían y si bien su comunicación era constante, necesitaban charlas con un café o una cena de por medio.
Al día siguiente Ludmila comenzó a trabajar. Si bien las tareas eran tediosas y la jornada laboral de nueve horas, se sintió cómoda y feliz.
El mes que duraba el contrato, pasó rapidísimo para Ludmila y Valeria. Les hubiera gustado tener algún día libre, para visitar lugares turísticos, fuera de la ciudad, pero no sería posible. En el trabajo de Ludmila la estaban esperando, en su ciudad de origen. Le habían otorgado un permiso especial, por su situación y ya había finalizado el plazo.


Cuando regresó, Ángeles la estaba esperando en la terminal. La llevó a la casa de Mariana. Allí habían preparado una fiesta de bienvenida. Luego de la cena, un video fue mostrando todo el proceso de transformación de la casa de Ludmila, que lloró de alegría durante todo el trayecto hasta que llegó a  su nuevo hogar.

viernes, 6 de marzo de 2015

BÚSQUEDA INCANSABLE

Gustavo no podía entender a su hermano. ¡Una hora buscando una media! Los esperaban Ignacio y Ezequiel para comer un asado en su casa. Llegarían tarde.
         Dale, che. Si no te apurás vas a tener que irte en micro. El auto me lo llevo yo. Y mirá que es un viajecito de un par de horas. No vas a llegar ni para el postre.
         Aguantame dos minutos más, ¿puede ser? – dijo Leandro.
         120 – 119 – 118…
         Andate al diablo.
         Chau, me fui.
Gustavo odiaba la impuntualidad. Tomó las llaves del vehículo que compartía con Leandro y salió del departamento.
Su padre les había regalado un auto para su cumpleaños número dieciocho, hacía un año. Eran mellizos. Su madre no estaba de acuerdo, porque presentía que les traería problemas. Y era una pena, porque siempre habían sido muy compañeros.
Leandro siguió con su tarea de búsqueda. Alana había reaparecido en su vida, luego de siete años. No podía fallarle.
         ¡Me estás jodiendo!
         No, Aly. Te digo la verdad. Las medias que me regalaste cuando cumplí doce años están en el cajón de mi mesita de luz desde entonces. Nunca las usé.
         Hagamos así: cuando nos veamos la próxima vez, me las traés y yo prometo no dudar más de tu palabra. ¿Qué te parece?
         ¡Hecho!
La cita sería en doce horas. Habían quedado en desayunar juntos el domingo. No encontrar esa media, significaría un nuevo fin de la relación. Alana podría perdonar cualquier cosa, menos una mentira.
Gustavo no quería pelearse con su hermano. Luego de cargar nafta, a unos quinientos metros de su casa, decidió llamarlo para ir a buscarlo.
Cuando llegó al departamento, ambos siguieron buscando la media. Ya no había rincón sin revisar.
Leandro se sentía derrotado.
En medio del silencio, algo cayó en el lavadero. Era Ulises, que jugando había tirado el paquete de jabón en polvo.
         ¡Acá está! – gritó Gustavo.
         Sí, ya sé. Linda idea tuviste en traer un cachorrito. ¿Qué rompió?
         Nada. No me entendiste. Te estoy diciendo que acá está tu media roja. Un poco destruida, pero la culpa es nuestra, por no comprarle juguetes al perro.