jueves, 24 de diciembre de 2015

Salvando vidas

Lucio se sentía muy triste. Si bien siempre conseguía lo que se proponía, había llegado a la conclusión que lo que más quería en el mundo, no podía lograrlo.
Desde muy pequeño sintió que su misión en la Tierra sería el cuidado de los animales. Veterinaria era la carrera elegida. No tenía dudas.
Vivía en un diminuto departamento, en un primer piso, junto a su mamá, desde que su padre había decidido irse del país. En realidad, de la enorme casa que habían compartido los tres, solo le quedaban fotografías, ya que no la recordaba.
Cada vez que encontraba un perro, un gato o un pájaro, en peligro, en la calle, buscaba la forma y el sitio adecuado para que continuara viviendo.
Varios de sus amigos habían comenzado a llamarlo Salvador. Y él no se molestaba por ello. Bromeaba diciendo que su nombre completo era Lucio Salvador Rodríguez.
La satisfacción de ver crecer sanos y fuertes a esos indefensos seres, lo hacía sentir muy bien. Pero la angustia de no poder compartir cada día con un animalito, era muy fuerte. Soñaba mudarse, a un lugar apto, grande, sin importarle dónde.
Otros hijos únicos ocupaban su tiempo libre en videojuegos, películas o deportes. Él, sin descuidar sus estudios, tomaba su actividad con la misma responsabilidad que un trabajo y lo disfrutaba como si fuera un hobbie.
Y Daniel, el veterinario del barrio, colaboraba con él atendiendo, sin cobrarle, a cada animalito que lo requería. Trabajaban en equipo. Lucio era su asistente y su alumno. Cada día adquiría más conocimientos. El niño lo admiraba. Era un ejemplo a seguir.
Una lluviosa tarde de invierno, a la salida del colegio, Lucio encontró una gatita moribunda. Había sido atropellada por un automóvil, aparentemente. Se sacó la campera, la envolvió en ella y la llevó a la veterinaria. Se veía muy mal. Estaba inconsciente. Daniel y su equipo le salvaron la vida. Pero tuvieron que amputarle una de sus patitas traseras. Quedó internada, con pronóstico reservado. Lucio pasó tardes enteras junto a ella. No podía dejar de pensar en el futuro de la gatita. Sería muy difícil que alguien quisiera adoptarla, por su discapacidad. Daniel le había explicado que la pequeña podría hacer una vida normal. Pero había que ser realista. A la hora de elegir, las personas comunes veían solo la belleza exterior. La discriminación no solo se da entre humanos. Tenía pelo corto, blanco y negro; ojos enormes; nariz rosada.
Como ya habían transcurrido varios días, sintió la necesidad de ponerle un nombre. En general no lo hacía, con sus rescataditos, porque prefería que los adoptantes lo hicieran. Pero éste era un caso especial. La llamó Melody, por su significado, ya que le gustaba mucho la música. Y también había buscado las características. Decía: “Posee capacidad para adaptarse a situaciones nuevas”. Estaba seguro que ella podría salir adelante con tres patas.
Mientras tanto, iban apareciendo otras criaturas indefensas, a las que Lucio fotografíaba para encontrarles un lugar de tránsito o, en el mejor de los casos, un hogar definitivo. Luego hacía un seguimiento de cada uno. Era sumamente organizado en ello.
Los amaba a todos. Pero la pequeña Melody le quitaba el sueño. Tenía pesadillas, donde la veía en peor estado del que la había encontrado. Otras, en las que alguna familia aceptaba adoptarla, la llevaba prometiendo cuidados especiales y a los pocos días la abandonaba en un terreno baldío. Se despertaba agotado y angustiado. Pero no quería que su madre supiera el motivo, para no hacerla sentir culpable, por no poder darle un hogar a la gatita.
_        ¿Estás bien, hijo?
_        Sí, ma, solo fue una pesadilla. Perdoname, te desperté.
_        ¿Querés contarme?
_        No, ma. Estoy cansado. Quiero seguir durmiendo.
Pero Lucio, luego de esos sobresaltos, no podía conciliar el sueño demasiado rápido. Se ponía a pensar en el futuro. ¡Cómo deseaba ser grande! Quería devolverle a su mamá todo lo que ella le había dado. Quería asegurarle una vida sin privaciones. Era consciente de todo lo que se sacrificaba su madre para que a él no le faltara nada. Trabajaba muchísimo. Y él, con sus doce años recién cumplidos, solo podía ayudarla en las tareas domésticas, para aliviarla un poco.
Una mañana, al llegar al colegio, vio a una chica nueva. Estaba en una silla de ruedas. Se acercó, se presentó y le preguntó en qué curso entraría. Al descubrir que serían compañeros, la llevó hacia la fila que formaban en el patio. Victoria le agradeció, con una enorme sonrisa en sus labios. Lucio percibió las miradas y comentarios a su alrededor. No dijo nada. Luego de izar la bandera, la preceptora se acercó a Victoria y la acompañó hasta el aula. Una vez allí, la presentó y ella contó brevemente su historia. Dos años atrás había tenido un accidente automovilístico por el cual había quedado paralítica. Se veía muy segura e independiente, a pesar de su condición. La actitud de sus padres la había ayudado a que se adaptara. Había sido bailarina hasta el momento de la tragedia.
Al salir de la escuela, la mamá de Victoria estaba en la puerta. Lucio ofreció su ayuda para lo que necesitaran. Ellas le agradecieron y se despidieron.
Inmediatamente, se dirigió a la veterinaria, preocupado y pensativo. Daniel lo recibió con un abrazo y una gran noticia: Melody estaba fuera de peligro. Ya podía alimentarse sola y su estado general era muy bueno.
Aunque Lucio estaba muy feliz, Daniel se dio cuenta que algo le sucedía. Mientras mimaban a Melody, tuvieron una interesante charla, sobre las actitudes ante las adversidades, sobre las diferentes reacciones de las personas ante lo diferente, etc.
Lucio llegó a su casa, satisfecho por lo que había hecho por Melody y por Victoria. Ellas se merecían integrarse sin más sufrimientos. Ya habían tenido suficientes.
Su mamá lo estaba esperando, con el almuerzo listo. Se sorprendió al verla. Ella siempre estaba trabajando a esa hora.
_        Hola, ma. ¿Pasó algo que estás en casa?
_        No, hijo. Me dieron la tarde libre por aquel domingo que cubrí a una compañera.
_        Ah, sí, me acuerdo que me dijiste que no te pagarían extras pero que te compensarían otro día.
_        Sí, mi amor.
Se sentaron a comer. Lucio comentó lo de su nueva compañera y su mamá lo felicitó por su predisposición para ayudar.
_        Tengo que contarte algo, Lucio.
_        ¿Algo bueno?
_        Para mí, excelente. Espero que para vos también.
Quedaron en silencio, unos segundos.
_        Dale, ma.
_        Es que… conocí a alguien y…
_        ¿Tenés novio?
_        Ponele, como dicen ustedes.
_        ¡Qué bien! Era hora, ¿no? Ya me daba “cosa” verte sola.
_        Gracias, hijo, sos un sol. No pensé que lo ibas a tomar tan bien.
_        Soy grande, ma. ¿Y cuándo me lo vas a presentar?
_        Cuando vos quieras, Lu.
_        Cuanto antes, mejor.
_        Bueno, lo llamo y compartimos el postre, ¿sí? Preparé una mousse de chocolate.
_        ¡Qué rico! ¡Sos la mejor!
Laura tomó el teléfono y cinco minutos después alguien tocó el timbre.
Lucio fue a abrir y cuando vio a Daniel se puso pálido.
_        ¿Qué le pasó a Melody?
_        ¡Salvador! ¿Qué hacés acá? ¿Sos amigo de la familia de Laura?
_        ¿Eh? No te entiendo. Decime si se murió, por favor.
_        No, querido. Melody está muy bien.
_        ¿Entonces? ¿Por qué viniste?
Laura salió del baño, sin comprender la confusión y luego de darle un beso en la mejilla a Daniel, los presentó.
_        Lucio, él es…
_        Daniel, ma, es mi amigo.
_        Y mi novio.
_        Ahora entiendo – dijo Lucio.
_        Explicanos, por favor – dijo Laura.
_        Daniel es el veterinario de todos los animalitos que rescato. Y me conoció como Salvador, por los chicos. ¿Te acordás que te conté que me empezaron a llamar así?
_        Claro, vos siempre me nombraste a tu hijo como Lucio.
_        Y sí, es su nombre – dijo Laura, riendo.
Felices, se sentaron los tres a comer el exquisito postre preparado por Laura.
Y a partir de allí, nunca más se separaron. Se fueron a vivir a una casa enorme, con fondo, donde Melody podía correr a la par de sus hermanitos felinos y caninos. Victoria los visitaba muy seguido. Ella también sería veterinaria. Colaboraba con Lucio, en sus tareas de rescate. Y Daniel la aceptó también como asistente.
Fueron muchos los animalitos que gracias a ellos tuvieron un buen hogar.

Y Lucio logró lo que más quería en el mundo: compartir cada día con sus amigos no humanos.