jueves, 24 de diciembre de 2015

Salvando vidas

Lucio se sentía muy triste. Si bien siempre conseguía lo que se proponía, había llegado a la conclusión que lo que más quería en el mundo, no podía lograrlo.
Desde muy pequeño sintió que su misión en la Tierra sería el cuidado de los animales. Veterinaria era la carrera elegida. No tenía dudas.
Vivía en un diminuto departamento, en un primer piso, junto a su mamá, desde que su padre había decidido irse del país. En realidad, de la enorme casa que habían compartido los tres, solo le quedaban fotografías, ya que no la recordaba.
Cada vez que encontraba un perro, un gato o un pájaro, en peligro, en la calle, buscaba la forma y el sitio adecuado para que continuara viviendo.
Varios de sus amigos habían comenzado a llamarlo Salvador. Y él no se molestaba por ello. Bromeaba diciendo que su nombre completo era Lucio Salvador Rodríguez.
La satisfacción de ver crecer sanos y fuertes a esos indefensos seres, lo hacía sentir muy bien. Pero la angustia de no poder compartir cada día con un animalito, era muy fuerte. Soñaba mudarse, a un lugar apto, grande, sin importarle dónde.
Otros hijos únicos ocupaban su tiempo libre en videojuegos, películas o deportes. Él, sin descuidar sus estudios, tomaba su actividad con la misma responsabilidad que un trabajo y lo disfrutaba como si fuera un hobbie.
Y Daniel, el veterinario del barrio, colaboraba con él atendiendo, sin cobrarle, a cada animalito que lo requería. Trabajaban en equipo. Lucio era su asistente y su alumno. Cada día adquiría más conocimientos. El niño lo admiraba. Era un ejemplo a seguir.
Una lluviosa tarde de invierno, a la salida del colegio, Lucio encontró una gatita moribunda. Había sido atropellada por un automóvil, aparentemente. Se sacó la campera, la envolvió en ella y la llevó a la veterinaria. Se veía muy mal. Estaba inconsciente. Daniel y su equipo le salvaron la vida. Pero tuvieron que amputarle una de sus patitas traseras. Quedó internada, con pronóstico reservado. Lucio pasó tardes enteras junto a ella. No podía dejar de pensar en el futuro de la gatita. Sería muy difícil que alguien quisiera adoptarla, por su discapacidad. Daniel le había explicado que la pequeña podría hacer una vida normal. Pero había que ser realista. A la hora de elegir, las personas comunes veían solo la belleza exterior. La discriminación no solo se da entre humanos. Tenía pelo corto, blanco y negro; ojos enormes; nariz rosada.
Como ya habían transcurrido varios días, sintió la necesidad de ponerle un nombre. En general no lo hacía, con sus rescataditos, porque prefería que los adoptantes lo hicieran. Pero éste era un caso especial. La llamó Melody, por su significado, ya que le gustaba mucho la música. Y también había buscado las características. Decía: “Posee capacidad para adaptarse a situaciones nuevas”. Estaba seguro que ella podría salir adelante con tres patas.
Mientras tanto, iban apareciendo otras criaturas indefensas, a las que Lucio fotografíaba para encontrarles un lugar de tránsito o, en el mejor de los casos, un hogar definitivo. Luego hacía un seguimiento de cada uno. Era sumamente organizado en ello.
Los amaba a todos. Pero la pequeña Melody le quitaba el sueño. Tenía pesadillas, donde la veía en peor estado del que la había encontrado. Otras, en las que alguna familia aceptaba adoptarla, la llevaba prometiendo cuidados especiales y a los pocos días la abandonaba en un terreno baldío. Se despertaba agotado y angustiado. Pero no quería que su madre supiera el motivo, para no hacerla sentir culpable, por no poder darle un hogar a la gatita.
_        ¿Estás bien, hijo?
_        Sí, ma, solo fue una pesadilla. Perdoname, te desperté.
_        ¿Querés contarme?
_        No, ma. Estoy cansado. Quiero seguir durmiendo.
Pero Lucio, luego de esos sobresaltos, no podía conciliar el sueño demasiado rápido. Se ponía a pensar en el futuro. ¡Cómo deseaba ser grande! Quería devolverle a su mamá todo lo que ella le había dado. Quería asegurarle una vida sin privaciones. Era consciente de todo lo que se sacrificaba su madre para que a él no le faltara nada. Trabajaba muchísimo. Y él, con sus doce años recién cumplidos, solo podía ayudarla en las tareas domésticas, para aliviarla un poco.
Una mañana, al llegar al colegio, vio a una chica nueva. Estaba en una silla de ruedas. Se acercó, se presentó y le preguntó en qué curso entraría. Al descubrir que serían compañeros, la llevó hacia la fila que formaban en el patio. Victoria le agradeció, con una enorme sonrisa en sus labios. Lucio percibió las miradas y comentarios a su alrededor. No dijo nada. Luego de izar la bandera, la preceptora se acercó a Victoria y la acompañó hasta el aula. Una vez allí, la presentó y ella contó brevemente su historia. Dos años atrás había tenido un accidente automovilístico por el cual había quedado paralítica. Se veía muy segura e independiente, a pesar de su condición. La actitud de sus padres la había ayudado a que se adaptara. Había sido bailarina hasta el momento de la tragedia.
Al salir de la escuela, la mamá de Victoria estaba en la puerta. Lucio ofreció su ayuda para lo que necesitaran. Ellas le agradecieron y se despidieron.
Inmediatamente, se dirigió a la veterinaria, preocupado y pensativo. Daniel lo recibió con un abrazo y una gran noticia: Melody estaba fuera de peligro. Ya podía alimentarse sola y su estado general era muy bueno.
Aunque Lucio estaba muy feliz, Daniel se dio cuenta que algo le sucedía. Mientras mimaban a Melody, tuvieron una interesante charla, sobre las actitudes ante las adversidades, sobre las diferentes reacciones de las personas ante lo diferente, etc.
Lucio llegó a su casa, satisfecho por lo que había hecho por Melody y por Victoria. Ellas se merecían integrarse sin más sufrimientos. Ya habían tenido suficientes.
Su mamá lo estaba esperando, con el almuerzo listo. Se sorprendió al verla. Ella siempre estaba trabajando a esa hora.
_        Hola, ma. ¿Pasó algo que estás en casa?
_        No, hijo. Me dieron la tarde libre por aquel domingo que cubrí a una compañera.
_        Ah, sí, me acuerdo que me dijiste que no te pagarían extras pero que te compensarían otro día.
_        Sí, mi amor.
Se sentaron a comer. Lucio comentó lo de su nueva compañera y su mamá lo felicitó por su predisposición para ayudar.
_        Tengo que contarte algo, Lucio.
_        ¿Algo bueno?
_        Para mí, excelente. Espero que para vos también.
Quedaron en silencio, unos segundos.
_        Dale, ma.
_        Es que… conocí a alguien y…
_        ¿Tenés novio?
_        Ponele, como dicen ustedes.
_        ¡Qué bien! Era hora, ¿no? Ya me daba “cosa” verte sola.
_        Gracias, hijo, sos un sol. No pensé que lo ibas a tomar tan bien.
_        Soy grande, ma. ¿Y cuándo me lo vas a presentar?
_        Cuando vos quieras, Lu.
_        Cuanto antes, mejor.
_        Bueno, lo llamo y compartimos el postre, ¿sí? Preparé una mousse de chocolate.
_        ¡Qué rico! ¡Sos la mejor!
Laura tomó el teléfono y cinco minutos después alguien tocó el timbre.
Lucio fue a abrir y cuando vio a Daniel se puso pálido.
_        ¿Qué le pasó a Melody?
_        ¡Salvador! ¿Qué hacés acá? ¿Sos amigo de la familia de Laura?
_        ¿Eh? No te entiendo. Decime si se murió, por favor.
_        No, querido. Melody está muy bien.
_        ¿Entonces? ¿Por qué viniste?
Laura salió del baño, sin comprender la confusión y luego de darle un beso en la mejilla a Daniel, los presentó.
_        Lucio, él es…
_        Daniel, ma, es mi amigo.
_        Y mi novio.
_        Ahora entiendo – dijo Lucio.
_        Explicanos, por favor – dijo Laura.
_        Daniel es el veterinario de todos los animalitos que rescato. Y me conoció como Salvador, por los chicos. ¿Te acordás que te conté que me empezaron a llamar así?
_        Claro, vos siempre me nombraste a tu hijo como Lucio.
_        Y sí, es su nombre – dijo Laura, riendo.
Felices, se sentaron los tres a comer el exquisito postre preparado por Laura.
Y a partir de allí, nunca más se separaron. Se fueron a vivir a una casa enorme, con fondo, donde Melody podía correr a la par de sus hermanitos felinos y caninos. Victoria los visitaba muy seguido. Ella también sería veterinaria. Colaboraba con Lucio, en sus tareas de rescate. Y Daniel la aceptó también como asistente.
Fueron muchos los animalitos que gracias a ellos tuvieron un buen hogar.

Y Lucio logró lo que más quería en el mundo: compartir cada día con sus amigos no humanos.

domingo, 8 de noviembre de 2015

ENTRE REJAS


Fuertes tormentas. Miedo. Dolor. Humillación. Maltrato. Oscuridad. Encierro.
Muerte.
Años en la cárcel, sin merecerlo.
Lucha, fuerza, fe, perseverancia, templanza, a pesar de todo.
Al fin, la verdad. Luján había asesinado en defensa propia. Un nuevo abogado pudo comprobarlo y desenmascarar a sus colegas corruptos.
Justicia.
Puertas abiertas. Cielo radiante. Aire.
Una nueva etapa, sin odios, sin rencores, volviendo a creer en ella misma, volviendo a ser.
No pudo recuperar el tiempo perdido, pero sí aprovechar el que le quedaba por vivir. Plenitud. Sueños, proyectos, logros.

Luz, energía, felicidad, paz, libertad.

miércoles, 28 de octubre de 2015

FECHAS

El día anterior ya había comenzado a sentirse mal al ver la fecha en su agenda. No podía saltear el 26/08. Le hubiera gustado dormirse y despertarse dos días después. Pero no podía.
Se levantó con el cuerpo pesado, los ojos hinchados y un terrible dolor de cabeza. No podía sacarse de la mente los recuerdos de aquel 26 de agosto, en el que su hermano había muerto, en un accidente de tránsito.
Llegó a la oficina a la hora de siempre. Cada compañero que lo veía le preguntaba qué le pasaba. No tenía ganas de responder. En esa situación, no le importaba quedar como un maleducado. Algunos conocían su historia, pero no sabían como ayudarlo. Respetaban su silencio.
A media mañana ya había tomado tres enormes tazas de café, intentando despabilarse, sin obtener resultados.
A las 11 hs. estaba citada una nueva integrante de su grupo de trabajo. La habían enviado desde una sucursal del interior de la provincia.
Juan Manuel se había olvidado por completo. Su mente se había trasladado diez años atrás. No podía concentrarse en nada.
Fue al baño. Se sentía mareado. Se miró al espejo. Tenía un aspecto horrible. Se lavó la cara, se mojó el cabello, se peinó. Se volvió a mirar y no le gustó lo que vio.
Se arrepintió de no haber pedido el día libre. ¿A quién podía serle útil en ese estado? Se hubieran arreglado perfectamente sin él.
Volvió a su oficina. Frente al escritorio estaba ella. Juan Manuel no entendía qué estaba sucediendo. ¿Qué hacía una desconocida en su lugar de trabajo?
-        Fátima López – le dijo, estrechando su mano derecha.
-        Juan Manuel García – respondiendo al saludo.
Se sentaron. Él no sabía qué decir, se sentía confundido. Entonces, ella tomó la palabra.
-        Vengo de la sucursal de Tandil.
Juan Manuel la escuchaba, pero no lograba comprender.
-        Allá ocupaba el puesto de jefa de marketing. No sé qué tareas tendré que hacer aquí…
En ese momento, él reaccionó. Tal vez porque se imaginaba una mujer mayor, no relacionó lo conversado con su jefe el día anterior. Sabía que la nueva compañera tenía veinte años de experiencia. No se la imaginaba así: bella, joven, simpática.
-        Nuestra jefa de marketing renunció. Se fue a vivir al exterior. Así que ocuparás su lugar.
-        ¿Y cuándo será mi primer día de trabajo?
-        Hoy mismo, si estás de acuerdo.
-        No hay problema. Cuando usted lo disponga.
¿Usted? Era la primera persona, en años, que no lo tuteaba.
-        Te acompaño a tu nueva oficina.
-        Gracias.
La oficina de Fátima se encontraba al lado de la de Juan Manuel. Eran idénticas: las paredes, color beige, con fotografías de eventos de la empresa; los pisos, alfombrados; los muebles, modernos; una enorme ventana, con una cortina blanca; aire acondicionado frío-calor y todas las comodidades necesarias.
A la hora del almuerzo, Fátima salió a comprar algo. Al regresar, apurada, con algunas bolsas en sus manos, entró en la oficina de Juan Manuel, confundiéndola con la suya. Él estaba, contemplando una foto de su hermano. Se sobresaltó hasta el punto de casi caerse de su silla giratoria.
-        Perdón, me equivoqué – dijo, ruborizada.
-        No es nada. Sentate, no hay problema. Muero por un vaso de gaseosa.
-        Acá traje. Compré comida, también. Tengo suficiente para los dos.
-        Sí, veo – dijo Juan Manuel, riendo.
Improvisaron un mantel con servilletas de papel y compartieron el almuerzo.
Un año más tarde, en el mismo lugar, brindaron por aquel 26 de agosto, que fue el día en que se conocieron y no mucho después, ya habían comenzado una relación.

La noche anterior, en medio de un hermoso sueño, el hermano de Juan Manuel le había asegurado que Dios le había enviado ese gran regalo, para que no volviera angustiarse en esa fecha. Desde ese momento, fue un día para celebrar.

RARAS SENSACIONES

Esa mañana se había despertado distinta. No entendía por qué, pero se sentía rara.
Trató de recordar lo que había soñado, pero le fue imposible.
Planificó su día, mientras desayunaba. Pudo disfrutar de cada sabor, como si fuera algo que nunca había probado.
Salió a caminar. Solo llevó su mp3.
Se detuvo en pequeños detalles que hasta el momento habían pasado desapercibidos: la belleza de las viejas construcciones y el color de las nuevas; el exquisito aroma de la naturaleza; el volar de las aves. Parecía un descubrimiento constante, segundo a segundo.
Una hora después, regresó a su casa. Se dio un baño de inmersión, sin preocuparse por el tiempo. Era sábado. Se merecía un fin de semana sin obligaciones. Habían sido demasiados años de trabajo de lunes a domingo.
Luego buscó una de esas recetas de cocina que queda guardada en un cajón, porque da temor hacerla y fallar. Los miedos habían desaparecido de su ser. Tomó los elementos necesarios y cocinó un plato digno de un chef.
Se sentó a comer. Se sintió en un prestigioso restaurante, lejos de la gran ciudad. Pero era su casa. Y sus propias manos habían preparado el menú.
Más tarde fue al cine. La película, excelente. Pudo meterse en ella, sin ningún tipo de interferencias, del principio al fin.
Regresó, feliz, descansada, con una paz interior que para ella, hasta el momento, había sido imposible de conseguir.
En la puerta, dos amigas la estaban esperando. Habían intentado comunicarse con ella, pero el celular había quedado apagado, en su habitación, desde la noche anterior. Brunella se había olvidado por completo de su teléfono móvil. Ellas se habían preocupado, al no obtener respuesta en varias horas.
Entre mates y risas, compartieron esas largas charlas que tanto extrañaban y tan bien les hacía a las tres.
En los minutos en los que estuvo en el baño, escuchó a sus amigas hablando bajo, como que no querían que ella supiera de qué se trataba.
-        ¿Interrumpo?
-        No. Estábamos organizando una salida para esta noche. ¿Te prendés?
-        Vamos, che. A mí no me van a engañar. ¿Qué es lo que no tengo que saber?
-        Es que… te notamos rara.
-        Quédense tranquilas, amigas. Nunca me sentí mejor.
-        ¿Conociste a alguien?
-        ¿Estás enamorada?
-        No, chicas. Cuando eso pase, les prometo que serán las primeras en enterarse.
Brunella no les estaba mintiendo para escaparse de la situación. Era verdad. Lo que ni siquiera ella misma comprendía era el por qué del cambio.
Una vez terminado el fin de semana, llamó a su psicóloga y le pidió adelantar la sesión del miércoles. Ella le ofreció un turno a última hora del lunes, ya que un paciente lo había cancelado.
Llegó al consultorio con tanta energía, que la doctora supuso que le habían dado el día franco o que le había sucedido alto extraordinario. Sin embargo había trabajado más que nunca y con una energía increíble y no había pasado nada trascendental, aparentemente.
Quince minutos más tarde, la profesional tenía una respuesta: Brunella poseía un poder muy especial: había logrado bloquear los recuerdos negativos y centrarse en el presente. Por lo que ella había estudiado sobre el tema, aquellas personas que gozaban de ese don, lo cuidaban tanto como a su propia vida.
Cuando se lo contó a un sacerdote amigo, él le dijo que, sin dudas, era un regalo de Dios, compensándola por todos los sufrimientos de los últimos años.
En realidad, las explicaciones del por qué, ya no importaban. Brunella había cambiado y su nueva actitud solo atraería felicidad, no solo para ella sino para todo aquel que se le acercara.


 

lunes, 19 de octubre de 2015

NOVEDADES

Hace unos días decidí que ALGO EN COMÚN sería mi primera novela editada.
Está destinada a adolescentes.
Creo que es la más indicada, por los temas que trata: discriminación, buen y mal uso de la tecnología, entre otros.
Agradezco a todos los que dedicaron su tiempo a leer parte de ella.
En cuanto tenga más novedades, las comunicaré a través de este medio.
Gracias.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

LEJOS


Estaba muy sola, a cientos de kilómetros de su ciudad. Añoraba aquellas tardes de sábado, compartidas con amigas.
Una madrugada apareció él. Y le cambió la vida. Volvió a amar. Incondicional, se convirtió en su fiel compañero.
Comenzó a ser feliz al lado de ese indefenso perro que también se encontraba lejos de su casa.
Meses más tarde, un desconocido golpeó a su puerta. Se miraron sin entender lo que estaba sucediendo. La mascota llegó corriendo y se arrojó sobre el hombre y llenó su cara de lamidos. Se abrazaron. Emotivo reencuentro.
Los tres, inseparables, a partir de ese momento.

UNA PIEDRA DISTINTA

 

Iban caminando por la playa, cuando se agacharon para tomar la misma piedra. Sus cabezas se unieron en un golpe que provocó más risas que dolor.
Resaltaba entre sus cientos de compañeras de diversas formas, colores y tamaños. Tenía un brillo especial. Había algo en ella, más allá de la belleza visible.
Ámbar la guardó en su bolso y continuó caminando, junto a su amor, por la arena fresca.
Fue un fin de semana soñado. Se despidieron a medianoche.
Ámbar colocó la piedra sobre la mesa de luz. Entre sueños, pudo ver a un ángel, que la protegería por siempre.

viernes, 28 de agosto de 2015

HUIR DE LA REALIDAD

Rossana se escapaba de la realidad de una manera muy especial. Tenía el poder de introducirse en historias de los libros que leía y así desaparecer de la suya.
Descubrió ese don siendo muy pequeña, cuando con solo cinco años, había aprendido a leer, de la mano de su mamá y de su abuela. En ese entonces, solo cuentos cortos la invitaban a viajar.
Iban surgiendo todo tipo de situaciones, algunas, más difíciles aún que aquellas de las que había huido. Y se hacían más complejas a medida que iba creciendo.
Una vez resuelto el problema, volvía a su rutina y eso que la había hecho escapar, quedaba irresuelto.
Así pasaron  los años y se acumularon innumerables situaciones inconclusas, tantas como historias leídas.
Había protagonizado cientos de vidas. Algunas felices, otras, no tanto. Lo bueno era que tenía la experiencia de una anciana, siendo joven todavía.
Nadie había notado sus ausencias, ya que por un extraño comportamiento del tiempo, volvía siempre al momento indicado.
Cuando cumplió cincuenta años, se preguntó por primera vez si ese don especial la favorecía o la perjudicaba. Se obsesionó por ello. Comenzó a tener pesadillas, que se basaban en ataques de cada una de las personas de las que  había huido, alguna vez. Se levantaba agotada, confundida. Dudaba si había vivido un sueño o un escape.
Visitó decenas de psicólogos. Algunos la derivaban a un psiquiatra, otros a profesionales que consideraban más capacitados. Gran parte de ellos veían ese poder de Rossana, como algo irreal, como una fantasía de la que sería muy difícil sacarla.
Hasta que por fin conoció a Dylan. Él creyó cada una de sus palabras. Por primera vez, Rossana fue escuchada y comprendida.
Y sucedió algo que no debería suceder: psicólogo y paciente se enamoraron.
Ya no podían continuar con la terapia. No era ético. Y nadie estaba dispuesto a hacerse cargo.
Dylan, en complicidad con una colega, Anabella, encontró la solución para Rossana. Pusieron en marcha un plan secreto.
Él escribió una novela donde se narraban los primeros cincuenta años de Rossana. Para ello hizo una investigación exhaustiva, para interrogarla lo menos posible. Colaboraron familiares, compañeros de estudio y de trabajo, vecinos y amigos. Ellos querían ayudar a Rossana, pero desconocían el plan de Dylan. Suponían que necesitaba información para facilitársela a otro profesional. Sus seres queridos suponían que ella sufría de una complicada patología, desde pequeña.
En el libro cambió nombres, lugares y fechas. Disfrazó gran parte de los hechos para que ella cayera en la trampa. Y lo logró.
Sin darse cuenta, Rossana viajó al pasado y fue resolviendo cada uno de sus problemas, en unos pocos meses.
Se empezó a sentir liviana, plena y feliz. Se sorprendió por ese estado de paz, que siempre había añorado y que no conocía. Respiraba un aire diferente, limpio, fresco.
Cada día, su vida tenía otro sentido: disfrutaba cada momento, sin modificar el orden lógico. Veía amanecer, hacía sus actividades y contemplaba el ocaso. Luego descansaba toda la noche y volvía a despertar, con mucha energía. Pequeñas cosas cotidianas, normales para cualquier ser de este planeta.
Una vez terminado el extenso libro, Dylan y Anabella le confesaron la verdad.
Al principio fue muy difícil. Rossana viajó sola a un lejano lugar y no atendía los llamados de Dylan, ni los de sus amigos, que estaban al tanto de todo. Su relación corría peligro. Se aisló por completo.
Pero con el tiempo Rossana comprendió que Dylan había tenido una excelente idea, gracias a la cual nunca volvería a escaparse de nada ni de nadie. Volvió a su ciudad y lo primero que hizo fue ir a la casa de él. Lo perdonó. Retomaron su relación, con más fuerza que nunca.
Horas más tarde, llamó a Anabella y la invitó a almorzar. Se disculpó por su actitud y se convirtieron en grandes amigas.
A partir de ese momento empezó una nueva etapa en la que la verdad, el amor y la libertad serían elementos suficientes para enfrentar cualquier situación que se presentara. Le había ganado la batalla a los miedos.

Siguió siendo una gran lectora. Jamás dejaría ese hábito. Era de esas personas que aprenden cada día, de esas que no dejan nunca de crecer. Pero había comenzado a disfrutar de cada uno de esos libros, sin escaparse de la realidad.

martes, 9 de junio de 2015

UN EXTRAÑO PASEO

Hacía pocos días que Pía había llegado a su vida. Tenía que dar una buena impresión, no podía mostrarse temeroso, porque ella se alejaría para siempre.
Cuando le pidió que la acompañara al cementerio se quedó sorprendido. No sabía qué decir. El sonido del celular de Pía salvó su situación por unos minutos.
         Sí, claro. Avisame cuando quieras ir.
         Ahora no puedo porque me avisó mi papá que me va a pasar a buscar.
          No hay problema.
         Me voy con él el finde. El lunes hablamos, ¿sí?
         Sí. Pasala bien.
La saludó con un beso en la mejilla y se quedó pensando en el extraño paseo que daría con esa chica tan bella y misteriosa que se había mudado justo a la casa de al lado.
¿Qué podía pasar en el cementerio? Su abuela siempre le decía que había que tenerle miedo a los vivos, no a los muertos.
Esa noche tuvo pesadillas. El sábado se quedó durmiendo toda la mañana. Estaba agotado. Había corrido, huyendo de horribles monstruos, durante horas.
El domingo hubo una reunión familiar, que lo alejó un poco del tema.
El lunes a la tarde se cruzó con Pía camino al colegio, cuando iba a la clase de educación física. Hablaron en clave, ya que querían mantener en secreto su próxima salida. Quedaron en encontrarse a las 19:30.
Fidel no pudo más. Se lo contó a Pedro, quien prometió no decir una palabra, salvo que llegada la medianoche no dieran señales de vida.
Ambos fueron puntuales. Caminaron unas quince cuadras. La puerta de acceso al público estaba cerrada, pero no sería difícil treparse y saltar. Pía practicaba deportes desde muy pequeña, de modo que tenía una agilidad envidiable. Y Fidel estaba acostumbrado a subirse a los árboles, cuando iba al campo de sus tíos.
Lo primero que hicieron fue observar. Nadie debía verlos. Solo un gato, que se acercó sigilosamente, sería su testigo y su compañero.
Pía tenía un plano que la llevaría hasta su objetivo. Quería corroborar la fecha de fallecimiento de una tía abuela de la que no se podía hablar entre los miembros de su familia, quién sabe por qué razón. Ella la recordaba. La imagen que tenía en su memoria era idéntica a la de las fotos que había visto en un álbum. Sin embargo, sus padres le aseguraban que había muerto varios años antes de su nacimiento.
Ya era de noche. Un silencio ensordecedor comenzó a alterar a Fidel.
         ¿Y si ponemos un poco de música con el celu?
         ¿Qué decís?
         Que pongamos un poco d…
         Sí, sí, te escuché, pero no te entiendo.
         Es que… es raro.
         Obvio, che. Estamos en un cementerio, por si no te diste cuenta.
         No te enojes. Fue solo una idea.
         Una mala idea.
Siguieron caminando, atentos, hasta que el gatito comenzó a alterarse.
         ¿Qué le pasa? – preguntó Pía.
         Está asustado. Mirá cómo tiene la cola.
         ¿Y qué tiene que ver la cola?
         Que cuando se les pone así, ancha, es porque tienen miedo.
         Ah, no sabía.
Las orejas del felino estaban hacia atrás, sus pupilas dilatadas y sus dientes, a la vista de quien se atreviera a acercarse.
         ¿Habrá algún perro?  - preguntó Pía.
De repente, sintieron la presencia de un ser extraño que se acercaba por detrás de ellos. Se miraron, aterrados.
Un fuerte viento arrancó el plano de las manos de Pía. Corrieron en vano, perdiendo de vista el papel.
Volvieron su mirada hacia el gato, que estaba al acecho. Elevaron sus ojos y descubrieron que los tres estaban en peligro.
Ante la tormenta que se acercaba, la mamá de Fidel llamó a Pedro porque no se podía comunicar con su hijo y quería ir a buscarlo antes de que comenzara a llover. Pedro intentó evitarlo, diciendo que se quedaría a dormir en su casa. Pero Esther notó demasiado nerviosismo en muchacho y en diez minutos lo tenía frente a frente.
La mamá de Pía también estaba llamando insistentemente y al no obtener respuesta se comunicó con Esther. Pedro tuvo que hacerse cargo de la mentira de su amigo.
El hombre era alto como un jugador de básquet. Su cara, arrugada y extraña. Su cuerpo, esquelético. Sus movimientos, torpes.
         ¡Pero miren quién está acá! La hermosa Pía.
         ¿Quién es usted?
         ¿No te acordás de mí? El abuelo de tu compañerita de banco, Leila.
         Pero si …
         Sí, claro, querida. Estoy muerto, por eso me encontrás acá, en mi nueva casa.
         Esto no puede ser verdad. Estamos en una pesadilla – dijo Fidel, temblando.
         No, muchacho. Tu amiga, tan perfecta, tan inteligente, tan especial, le hizo la vida imposible a mi nietita. Y yo no pude defenderla, porque cuando me enteré estaba en una cama de hospital, despidiéndome de todos mis seres queridos.
         ¿Qué nos va a hacer?
         ¿Vos qué harías? ¿Elegirías ir por el camino de la venganza?
         N… - Pía no pudo seguir hablando.
         No te la vas a llevar de arriba, mi amorcito.
         ¿Qué quiere de nosotros? – preguntó Fidel.
         Vamos a hacer un trato. Pía, si vos prometés no volver a discriminar a nadie en toda tu vida, yo los dejo ir sanitos y salvos a su casa.
         Dale, Pía, hacelo, por favor.
Pía había enmudecido. Comenzó a hacer señas, intentando decirles que no podía hablar.  Su mirada expresaba horror. Un helado sudor corría por todo su cuerpo.
         Ahora sabés que siente Leila. Ella es muda. No es culpable de ello. Y es la mejor persona que conocí. Y no lo digo porque sea mi nieta. Es verdad, vos no me lo podés negar.
Pía buscó un papel y una lapicera en su mochila. Escribió: Perdón. Me arrepiento de todo lo que hice. Prometo no volver a burlarme de nadie. Mañana mismo voy a ir a visitar a Leila. Voy a cambiar. Lo juro por mi abuela que está en el cielo. No le haga nada a Fidel, por favor. Él no es como yo. Si me hubiera conocido de antes, no estaría conmigo, porque me odiaría con toda su alma.
         Espero que esto sirva para que otros niños no vivan la pesadilla que vivió Leila mientras fue tu compañera.
Pía abrazó a Fidel, llorando a gritos. Había recuperado su voz.
El abuelo de Leila continuó caminando, unos metros, hasta que su imagen se deshizo.
El gatito recuperó su estado de tranquilidad y se quedó allí, con ellos, que habían decidido dejar de buscar la tumba de la tía de Pía.
Minutos después, las mamás de ambos llegaron junto con Pedro.
         Perdoná, amigo.
         No seas tonto. Está todo bien.
         No, chicos, no está todo bien – interrumpió Esther.
Juntos, caminaron hacia la puerta, que había sido abierta por el sereno, a pedido de las señoras. Pedro tomó en sus brazos al gatito y le preguntó al sereno si era suyo. Ante la negativa, decidió adoptarlo.
Pía y Fidel les contaron lo sucedido, pero como era de esperar, nadie les creyó.
La mamá de Pía aseguró que la tía abuela había muerto hacía treinta y tres años, o sea que podría explicarse su aparición como algo similar a lo que habían vivido con el abuelo de Leila.
Tal lo prometido, Pía fue a encontrarse con Leila, para pedirle perdón. Y cuando regresó a su casa le pidió a su mamá que la llevara a un curso de lenguaje de señas.
Fidel, que dibujaba muy bien, creó una historieta situada en el cementerio, con un personaje principal que luchaba contra la discriminación. Pedro lo ayudaba, corrigiendo las faltas de ortografía.
Años más tarde, su historieta se convirtió en una revista, que no solo sirvió para que la gente se divirtiera, sino para que cambiara ciertas actitudes frente a las personas diferentes.
Pía se recibió de profesora especial para sordos e hipoacúsicos.

Todo esto se lo debían al abuelo de Leila, que se animó a salir de su tumba, para hacer justicia.