viernes, 1 de junio de 2012

PUERTAS ABIERTAS


Ir a aquella humilde casilla de madera, era sentirme parte de esa familia numerosa, que me brindaba una calidez indescriptible.
Sin embargo, mi sentido del olfato no estaba tan a gusto como mi corazón.
Tal vez la humedad en la madera, quizás por las grandes cantidades de alimentos que cocinaban, quizás por el poco espacio, para tantas personas, se respiraba un aroma totalmente desagradable.
A pesar de todo, me hubiera gustado continuar yendo, algunas tardes, durante el resto de mi adolescencia.
Me habían elegido como madrina de aquella bebé, que nació en diciembre, y cuyo corazón no resistió más que algunas horas.
¿Qué pasó? ¿Por qué no seguí en contacto?
Realmente, no lo sé.
Comenzaba una nueva etapa: la escuela secundaria.
No vi nunca más a mi compañero. Sí a una de sus hermanas, no hace mucho tiempo. Ella recuerda aún el sabor de la chocolatada con tostadas, que mi madre preparaba, cuando iban a mi casa.
¿Qué hubiera sucedido si aquel ser tan pequeñito y frágil hubiera sobrevivido?
Sería una mujer de treinta y tres años, y, seguramente, me consideraría parte de aquella familia que siempre me abrió sus puertas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario