Primer día de clases. Quinto grado.
Había llegado a la escuela, con todo el entusiasmo del comienzo de año.
Excelente relación con mis compañeros, a quienes había extrañado durante
las vacaciones.
Ningún problema de aprendizaje, durante los cuatro años anteriores.
Y llegó ella. La nueva maestra: Aída.
Diferente al resto,
intuía, con mis nueve años, que sería importante para todos.
Temí.
¿Cómo aguantar a ese ser
tan especial durante los próximos nueve meses?
Chicos y chicas, con los
mismos miedos, con cara de asombrados.
Y, sin embargo, a medida
que los días iban transcurriendo, a pesar de esa voz grave y esa presencia, iba
descubriendo que sería la mejor maestra, que ninguno de nosotros la olvidaría
jamás.
Detalles, como colocar
un cabello en el libro de alguno de sus alumnos, sin que lo notáramos, para, al
día siguiente, revisar esa misma página y tener la prueba de que no habíamos
estudiado, la tarde anterior.
Hechos imborrables, como
aquel 1º de diciembre, cuando la inspectora se presentó en el aula, con un
elegante trajecito azul Francia, y ella la tiró al suelo y nos indicó que nos
metiéramos debajo de los pupitres, al ver por la ventana, que un grupo de
militares estaban a metros del aula, en la casa vecina.
Conversaciones de mujer
a mujer, acompañándome a mi casa, en medio de una descompostura de hígado,
donde me explicaba el significado de la palabra menstruación.
Dos años más tarde,
volvió a ser nuestra maestra. Esta vez, solo de matemática. Me preparaba tareas
especiales, para que comenzara el secundario como se debía.
Es la persona que hizo
posible haber elegido la docencia, a los 13 años de vida.
Felicidades Maricarmen!!! Muy lindo !!! Adelante a seguir escribiendo.-
ResponderEliminarMuchas gracias!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarNo sé quién sos, pero, si me decís Maricarmen, es que me conocés hace muuuuuchoooooo tiempo.
Besos.